28/04/2022
 Actualizado a 28/04/2022
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Andamos a vueltas con lo del lobo... El lunes, Mirantes escribió una columna esclarecedora en estas mismas páginas. Y el martes, María Rodríguez otra no tanto. Uno cree que la gente que protesta contra la desmedida protección del lobo anda en lo cierto, aunque no tanto. Como también piensa que las administraciones aciertan en protegerlo, aunque no tanto... El caso es que en las zonas protegidas (parques nacionales o regionales) de esta provincia es imposible hacer nada sensato, porque en ellas vive gente, y el lobo y la gente son como el agua y el aceite: se repelen. Si estuviésemos en Yellowstone o en Yosemite o en Virunga (parques de leyenda), no tendríamos este problema. Cuando los hicieron, los conservacionistas expulsaron a la gente que había vivido allí desde tiempos inmemoriales y dejaron a los animales como dueños absolutos de los parques. Sobre todo en África, el conservacionismo siempre ha sido una especie de imperialismo, con lo que conlleva. Esa gente (indios y negros) nunca importaron un pito y daba igual lo que les pasase. En Yellowstone, por ejemplo, eliminaron, matándolos, a todos los lobos, hasta que se dieron cuenta de que los cérvidos acabarían destruyendo el ecosistema, por lo que importaron de Canadá una o dos docenas para que pusiesen orden en el asunto. En Virunga, con la excusa de proteger a los Gorilas de Montaña, también ayudaron a que los babuinos se reprodujesen a lo tonto, por lo que tenían que ir a buscar comida a los límites del parque, arruinando las cosechas de los expulsados. Como digo, los negros o los indios americanos no cuentan en el resultado de la ecuación final. Hasta hace un cuarto de hora se les llamaba ‘monos’, con lo que queda todo explicado. Gracias a Dios, a los habitantes de Caín o de Oseja o a los Guímara no se les insulta verbalmente, pero, yendo a la práctica, sí que se les maltrata. La cosa debería ser muy sencilla: «Mire usted, yo tengo un rebaño de ovejas y el lobo se comió treinta. Usted me paga su justo precio y yo me olvido de la película. Pero me paga lo que vale, no lo que usted piensa que vale. Y lo hace en tiempo y forma, no dentro de uno o dos años. En este caso y de esta manera, yo estaré contento y usted también, por lo que conviviremos sin ningún problema el lobo y un servidor». Lo mismo podría reclamar un señor que tiene cien colmenas al que el oso, otro bicho protegido tanto o más que el lobo, le merienda, en una tarde, destrozándolas además, diez o quince. Está feo matar a un lobo o a un oso; pero también lo está que ellos maten, por la cara, los animales que ayudan a que viva un habitante del Parque Natural de los Picos de Europa o en el de los Ancares.

Lo único que les falta a los conservacionistas es pedir que se haga aquí lo mismo que se hizo en Yellowstone y que expliqué anteriormente: echar de su casa a los que viven en el parque. Tengo un amigo que opina que el lobo y el oso reclaman lo que es suyo, porque no tienen la culpa, los animales, de que el hombre habite y trabaje los campos de ese entorno privilegiado. Es bobada discutir con él, porque, como todos los de mi pueblo, es más necio que el necio «que quitó el agua a Pipi cinco veces una noche». Como lo quiero un montón, no me enfado cuando suelta la consigna, pero a lo mejor es bueno no tener tanta empatía con los bichos y sí con los hombres.

Parece que la cosa tiene muy mal arreglo, cuando no debería ser así. Los progresistas (esa peste con la que nos ha tocado convivir) ponen el grito en el cielo, diciendo que toda la culpa la tienen los cazadores. Como siempre, simplifican mucho las cosas y siempre arrimando el ascua a su sardina. Quien me lee habitualmente sabe lo que uno piensa de los cazadores: son, en la mayoría de los casos, una panda de señores que se creen los dueños del tinglado. Pero, ¡qué le vamos a hacer!, también ellos tienen derecho a la vida. Es parecido a lo que opinaron los medios afines a quien vosotros sabéis de la gente que se manifestó hace poco más de un mes en Madrid. Según ellos, labradores o ganaderos fueron cien o doscientos, como mucho. El resto eran cazadores o señoritos andaluces montados a caballo. También dijeron que todos ellos eran votantes de VOX. Es inaudito como se simplifican las cosas. Uno vio un montón de tractores y de gente que tenía la cara negra y llena de arrugas fruto de estar mucho tiempo a la intemperie y no precisamente cazando. Además, aquella manifestación estaba convocada por todos los sindicatos agrarios que, en su mayoría, no son conservadores o reaccionarios, todo lo contrario; en realidad, de esa laya solo hay uno.

En fin, que como decía Sabina refiriéndose al conflicto vasco cuando cantaba aquel rap «el asunto vasco es muy delicao». Pues lo mismo, o más, es este que nos ocupa.

Salud y anarquía.
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