10/01/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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El segundo día del año, sábado para más señas, recorrí parte de la montaña de León para enseñarle a mi traductora al danés los escenarios de algunas de mis novelas, que ella ha traducido ya o hará en un futuro cercano. En concreto, visitamos las cuencas altas del Torío, el Curueño y el Porma y el valle de Sabero, ya en la del Esla. En total no menos de treinta o cuarenta pueblos en los que, con excepción de Boñar y Lillo, tradicionales centros de esquiadores incluso cuando no hay nieve como este año, apenas vimos a quince o veinte personas por las calles en total y eso que era Navidad. En Sabero y en Olleros, por ejemplo, que llegaron a tener más de dos mil vecinos cada uno, solamente nos cruzamos a diez o doce entre los dos pueblos; y la mitad estaban de vacaciones. Mi amiga Iben, mi traductora al danés, se fue con la impresión, según me dijo al volver de allí, de haber visitado una reserva natural y no el lugar que ella imaginaba.

Esta misma Navidad, los periódicos de León comentaban la noticia de la recuperación del oso en la Cordillera Cantábrica, que ha triplicado su población en los tres últimos lustros, pasando de los setenta ejemplares a los doscientos y pico y de estar en grave riesgo de extinción a vislumbrar un futuro esperanzador. La acertada actuación de la Fundación Oso protegiendo a los últimos ejemplares de los furtivos y promoviendo la plantación masiva en el territorio de arbustos de cuyos frutos suelen alimentarse los osos ha dado unos resultados que deberían servir de ejemplo para otras actuaciones e intervenciones en la provincia leonesa encaminadas a proteger otras especies en extinción, como el urogallo o algunos anfibios. Si bien la que más habría que proteger, a la vista de los datos estadísticos y de la situación general de nuestras aldeas, es la humana, que ya escasea en muchas de ellas hasta el punto de constituir una anomalía y hasta una sorpresa, como es fácil comprobar a poco que uno se dé una vuelta (en invierno, no en verano) por la montaña leonesa.

Y es que, al final, los hombres lo que necesitamos para sobrevivir es lo mismo que los osos, los urogallos y los anfibios: alimento, compañía, medios de vida y de desarrollo y un hábitat agradable o por lo menos no muy hostil. Así que ya saben lo que han de hacer nuestros políticos provinciales: dejar de parir ideas y tomarlas de la Fundación Oso. No digo que creen una Fundación Hombre, que tampoco hay que llegar hasta ese extremo, pero sí que copien algunas de sus intervenciones. Quizá así eviten que pronto sea más fácil ver un oso que una persona en muchas zonas de la provincia y que las traductoras danesas la confundan con una gran reserva natural.
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