25/07/2023
 Actualizado a 25/07/2023
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En el momento en el que escribo estas líneas aún no se conoce el resultado definitivo de las elecciones de verano.

Sí se sabe que los votos por correo emitidos han batido récord, rozan los 2.500.000. No en vano se han podido contemplar colas kilométricas ante las oficinas de correos durante las últimas semanas, sin interrupción.

Por supuesto, la fecha de la cita electoral, un tanto atípica, habrá influido bastante en ello. Porque, quien más quien menos, suele tener sus planes un domingo de julio, que no incluyen la opción de quedarse en el domicilio para acudir a las urnas a votar de forma presencial. Se pone fin a esta segunda campaña cuando todavía resuenan los ecos de la primera. Críticas, no precisamente constructivas, reproches, acusaciones y más de una salida de tono. Pero pocas perspectivas, o eso parece, de llegar a cualquier entendimiento que pueda resultar productivo. Nada nuevo.

Quizás debido a este hastío, la jornada de elecciones no suele dejar buen cuerpo, lo mismo que el día después de un evento en el que el alcohol ha sido abundante.

A esta sensación se le llama resaca, no tiene nada de agradable. Molestas y peligrosas, reciben ese mismo nombre las corrientes marítimas superficiales que se alejan de la costa arrastrando mar adentro todo lo que hay sobre ellas, incluidos los bañistas osados que desoyen las recomendaciones de los socorristas.

Esperemos que quien resulte ganador cuente con el sentido común y el respeto necesarios para gobernar. Que piense, aunque solo sea un poco, en el bien común y no tenga su propio ombligo como punto de vista exclusivo.

Y que posea cierta dosis de humildad que le permita reconocer errores y tener en cuenta otras opiniones diferentes de las suyas. Ojalá así sea.

A priori parecen peticiones razonables, aunque tal vez sea demasiado iluso pretender tales cosas. Al fin y al cabo, la realidad es que todos formamos parte de un sistema que desde hace tiempo huele a viciado. Y ya se sabe, no se pueden pedir peras a un olmo.
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