17/05/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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No pudo ser. Y bien que lo sentimos los madridistas. Jabuto no dejaba de enviarme mensajes desde Ibiza. «¿Cómo lo ves, Cerebro?» Tres cero, contestaba yo por el whatsapp cuando Ronaldo marcó el penalti, respuesta que terminó por dejarme en evidencia al cabo del tiempo. El Real no fue tal, incapaz de eliminar a la Juve cuando parecía todo encarrilado para la celebración de una final antológica contra el Barça.

A la postre, entre unos y otros, entre la Juve y el Barça, nos dejaron sin Liga, sin Copa y sin Champions. Habría que remontarse, vaya usted a saber el año, para señalar la temporada en que recibimos semejante varapalo. Y todo ello cuando existían unas perspectivas inmejorables tras el triunfo contra el Atlético de Madrid en la Lisboa de la Champions la temporada anterior.

No deja de sorprendernos el fútbol con sus cambios de humor; pasa, por ejemplo, de la renovación urgente de Ancelotti hace dos semanas, a no saber qué hacer con el italiano después de una temporada, a la postre, decepcionante. Pero no terminan ahí todos los males. De repente los jugadores parecen devaluarse de tal manera, tras noventa minutos insulsos, que nadie se atrevería a señalar a alguno de ellos como referente de lo que se exige a un futbolista perteneciente a la plantilla blanca. Casillas, por ejemplo, se ha transfigurado, y no quiero decir que ahora no cumpla con su función como lo hacía antes (posiblemente haya sido uno de los pocos que se salven del desbarajuste contra la Juve), sino que ha dejado atrás su gesto claro e imperativo para mostrarnos el otro, el triste: parece asustado, como si tuviese miedo de que llegue la pelota al área pequeña, y quién sabe, además, lo que puede pasar por la cabeza de sus defensas cuando llega un balón por alto y acaso uno intuye murmurar a Casillas «¡Salta tú!».

Cierto que no ayudan para su reconversión los silbidos que recibe desde las gradas, pero hasta el más obtuso puede preguntarse qué pinta, en todo caso, el entrenador, si no podría haber solucionado hace tiempo el problema sustituyéndolo temporalmente, por ejemplo.

Y entonces sale a relucir precisamente él, Ancelotti, el entrenador que aseguraban idóneo hace apenas dos meses y quien, visto lo visto, me extraña que vuelva a chupar caramelitos en el banquillo del Bernabéu. Según mi criterio, al que se suma el de algunos fieles creyentes, su apreciable quehacer se ha visto debilitado por el arma letal de los malos resultados de última hora, justo cuando con más lupa se observa en el fútbol el rendimiento.

No creo que el hecho de colocar a Ramos en el centro del campo ensucie su labor –Ramos tiene fortaleza y calidad para jugar en cualquier posición- pero sí que no ha sabido jugar, como he dicho, las cartas en las que Casillas figuraba como elemento predominante, un problema que sembró Mourinho antes de irse al Chelsea y que cultivaron los medios de comunicación para dejar en entredicho su incuestionable calidad. Esos barros derivaron en estos lodos.

Podría parecer que, según mi apreciación, la culpa de la derrota contra la Juve la tuvo Casillas, pero ya quedó dicho que el portero fue de los más destacados del partido. Lo que trato de argumentar es que «el problema de Casillas» ha influido, a la larga, en el comportamiento global del equipo. Otro tanto puede aplicarse a la figura fluctuante de Ronaldo: es en estos partidos rancios donde los «figuras» tienen que hacer acto de presencia y no contra el Eibar o el Almería.

En cualquier caso, supongo que habrá quien busque remedio en la eliminación del Madrid argumentando que, de esa manera, ya no habrá posibilidad de perder la final ante el Barça.
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