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Réquiem amanecista

08/02/2020
 Actualizado a 08/02/2020
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Si todos los rollos de celuloide que quedan de sus películas estallaran en llamas como forma de luto tras su muerte; si todas las copias, en cualquier formato y forma, se borraran y en la pantalla sólo aparecieran chispas grises y ruido blanco; si nunca se pudiera volver a ver a Sazatornil como el cabo Gutiérrez o a Luis Ciges en el sidecar o a Rafael Alonso como el alcalde necesario frente a los ciudadanos contingentes, al menos se podría reconstruir el guion de ‘Amanece que no es poco’ memoria a memoria. Los diálogos se recolectarían de una cabeza a otra, como quien vacía panales de miel. Alguien diría: «calabaza, te llevo en el corazón». Otro alguien: «Yo es que he pensado que a mí también me gustaría ser intelectual, como no tengo nada que perder». Y dos o tres exclamarían a la vez: «¿no podía usted haber plagiado a otro?, ¿es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?».

La muerte de José Luis Cuerda tiene a los amanecistas, que sospecho somos todos, más perdidos que Cascales buscando personaje. Pocas películas con tan mala suerte al principio han logrado tanto éxito con el tiempo. En el prólogo del libro publicado hace unos años por Pepitas de Calabaza con el guion de ‘Amanece que no es poco’, Cuerda recordaba lo mal que había sido recibida. A ningún crítico le gustó. Contaba incluso que había visto a una señora en la cola del cine diciéndole a la gente que no se metiera a ver aquella tontería.

La mente-colmena que custodia las frases surrealistas de Cuerda me ha recordado estos días lo que le ocurrió a la poeta Anna Ajmátova con su libro más conocido: ‘Requiem’. Ante la prohibición estalinista de la publicación de sus poemas, Ajmátova los memorizaba y se los recitaba a sus amigos para que también ellos los recordaran y no se perdieran. Es terrible imaginar esta recitación secreta, llena de miedo, y hermosa a la vez la valoración del pensamiento como un espacio de libertad. Cuando la boca tiene que callar, al menos el cerebro guarda lo no dicho.
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