30/01/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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De pronto, los planes se complican, sucede lo inesperado y no puedes acudir a la reunión. Como no eres San Antonio de Padua y careces del don de la ubicuidad –que le permitía estar en varios sitios a la vez–, envías a la cita a otra persona en representación tuya. Aunque no estés físicamente en la reunión, en realidad sí estás, pues la persona que has enviado a representarte, te hace presente, como si estuvieras escuchará y hablará por ti, velará por tus intereses y las decisiones que tome serán decisiones tuyas.

La democracia representativa surge de la imposibilidad de que todos los ciudadanos nos podamos reunir para gobernarnos. Elegimos gobernantes para que nos representen, velen por nuestros intereses y tomen las decisiones que nosotros tomaríamos. Si en el primer caso, la representación consiste en una ficción, la de hacernos presentes no estando, en el caso de la representación política se trata de un engaño, que parece lo mismo que una ficción pero es muy distinto.

En nuestras democracias representativas, nuestros representantes electos con el fin de representarnos, en realidad representan a quienes los eligen, que no somos nosotros o no lo somos en primera instancia, sino quienes deciden que vayan en las listas, es decir, representan a las cúpulas de los partidos políticos. Desde el momento en que esto es así, la democracia deja de ser tal para ser una partitocracia. Estaría bien que comenzáramos a llamar a las cosas por su nombre, pero mucho mejor sería que hubiera listas abiertas para que pudiéramos elegir de verdad.

Recientemente se ha aprobado en la Asamblea de la Comunidad de Madrid que sus diputados puedan votar telemáticamente en caso de enfermedad o permiso de maternidad, las Cortes de Aragón lo aprobaron el año pasado y el Congreso de los Diputados en el año 2012. Puede parecer una cuestión baladí, pero a mí entender es muy sintomática de la baja calidad democrática de nuestro sistema. El voto telemático impide que nos re-presente literalmente, nos hagan presentes nuestros representantes, algo imposible si ellos tampoco están. Pero hay más, la representación tiene otra acepción, no menos importante: la teatral. Ya dijo Platón que la democracia tenía mucho de teatrocracia. Si ni siquiera asisten los actores, para qué vamos a pagar la entrada. Fuera máscaras.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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