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Repaso a la Semana Santa... y más

03/04/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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De manera pública, la Semana Santa de León concluyó el pasado domingo con la procesión de El Encuentro, organizada por la hermandad de Jesús Divino Obrero. Sin embargo, el cierre definitivo, el epílogo, tendrá lugar hoy, a la una de la tarde, en la basílica menor de La Virgen del Camino –amparada y regida por los frailes dominicos–, con una eucaristía que, desde hace tiempo, se viste y se difunde con el antetítulo de ‘misa de acción de gracias’ de las cofradías y hermandades de la capital leonesa.

La costumbre –porque la tradición en materia de papones es otra cosa- viene indicando que las agrupaciones penitenciales de la ciudad –la Junta Mayor, en definitiva– consienten en desplazarse a otro municipio, el de Valverde de la Virgen, para historiar y reseñar el acontecimiento protocolario de expresar, en común, la gratitud hacia la devoción mariana del cristo boca abajo. Es más. Con el apoyo de la ofrenda de un ramo de flores –para la Virgen– y un cirio de generosa cera, en honor de la basílica –por aquello de ser acogidos por la Orden de Santo Domingo para visitar y rendir cristiana pleitesía a la patrona de la región leonesa–, llegan, después de la bendición del oficiante, los abrazos y las enhorabuenas generales. Se articula, así, de manera fraternal, el último capítulo de la Semana Mayor.

Al respecto, nadie pone en solfa que, en León, la advocación de la Virgen del Camino, ‘la de arriba’, suscita fervores, complacencias y adhesiones. Es cierto. Sin embargo, tampoco nadie debe poner en entredicho que en la capital leonesa se tiene a la Virgen del Mercado, al margen de nombramientos institucionales y otras solemnidades representativas, como patrona de la ciudad. No con carácter oficial –que ya es sabido- pero sí con entusiasmo y aprobación popular como se demuestra durante el año y, en especial, el Viernes de Dolores.

Décadas atrás –por los ochenta- siendo vicepresidente de la Junta Mayor el desaparecido Jesús Fernández –él añadía al cargo el apellido ‘ejecutivo’ por aquello de la toma y conclusión de decisiones, ya que la presidencia, apenas ejercida, la ostentaba el prelado de San Froilán– se acordó que la misa de los agradecimientos pasionales se celebrara en la glorificada iglesia parroquial del Mercado, ante la entristecida y venerada imagen de la ‘Morenica’, de la Virgen que tantas fidelidades acoge. Y así se hizo. Por motivos y otras influencias que no vienen al caso –sería herir, a estas alturas, susceptibilidades inútilmente– hubo, después, sus más y sus menos, y hasta radicales opiniones encontradas.

El pretexto alegado –peregrino, a todas luces– con el fin de que se desechara la antigua parroquial leonesa para ediciones sucesivas fue, como resolución final, que el marco –el templo– no reunía, por su capacidad, las condiciones exigibles para recibir a las cofradías. Por ello, se apostó de nuevo por el anteriormente llamado santuario –hoy, como ya se ha dicho, basílica menor- y continuar celebrando allí el oficio eucarístico al término de cada Semana Santa. Pero no hubo argumentos ni razones de peso. Ninguna. Se dieron por buenas –por parte de algunos miembros, eso sí- otras causas que, utilizando el sentido común, sonrojarían a cualquiera con dos dedos de frente. La clave de la revocación pasó a ser, se convirtió más bien, en un reglón torcido y secreto de aquella Junta Mayor.

Los tiempos han cambiado. Y las sensibilidades, también. La vieja idea de acudir a la iglesia del Mercado –Bien de Interés Cultural (BIC) desde el 28 de septiembre de 1973– podría retomarse y, naturalmente, volverse a estudiar. Si el núcleo y la piedra angular de la Semana Santa de León se recibe –como es lógico– dentro de los límites administrativos de la capital leonesa, es razonable que el acto final –la misa de acción de gracias– se celebre, de igual forma, en la propia ciudad. Todo ello, en suma, sin ningún menoscabo –al contrario– hacia la sedente Virgen del Camino de los PP. Dominicos. La opinión, aquí, del obispo de la Diócesis, Julián López –si se le planteara– podría resultar determinante en uno u otro sentido.

Y por proximidad a la iglesia y ser el ‘centro de operaciones’ de dos cofradías negras, por un lado, la de Nuestro Señor Jesús de la Redención, en la tarde del Domingo de Ramos, y, por el otro, la de Minerva y Vera Cruz, el miércoles y, si se trata de año impar, también el Viernes Santo, la plaza del Grano –en el callejero con el nombre de Santa María del Camino– volvió a verse en la amanecida del viernes como un centro incontrolado de tratamiento de residuos. Para evitar eufemismos absurdos, quedó hecha una mierda de bolsas de plástico, botellas, vasos, vomitonas, meadas y alguna defecación que otra. Y si no, que se lo pregunten a los operarios de la limpieza municipal, quienes, una vez más, dieron prueba de su profesionalidad y compromiso para con la ciudad, liberando con su esfuerzo de la porquería reinante, de los desechos indeseados, al entrañable empedrado leonés. La acción, el perfecto estado de revista de la plaza, se completó en un tiempo reducidísimo.

Sin embargo, igual de curioso es –y lamentable a la vez– que así como los ecologistas de pancarta y convocatoria ruidosa protesten y, si es preciso, armen la de dios es cristo porque cruce el entorno, obligatoriamente, la furgoneta de un sufrido trabajador autónomo, callen y miren para otro lado cuando se producen estos desmanes en la plaza de sus reivindicaciones. En esas horas de la noche –del jueves al viernes– todo vale. Con su silencio y desdén, otorgan. Y hasta debe parecerles algo consustancial con la jornada el hecho de dejar el escenario urbano como un estercolero. Y a la plaza más bonita de León, que la jodan. ¿O tampoco es de esta manera?

Como de la misma forma es verdad que, en innumerables ocasiones, se han cargado las tintas contra la celebración del ‘Genarín’ y sus derivaciones y gentío, cual alma máter del desaguisado ciudadano que se produce en el espacio que preside la fuente con sus dos angelotes, en alusión a los ríos Bernesga y Torío. Ahora bien, hay que resaltar, de igual manera, que los ‘genarines’ –dicho sea con el mayor respeto y tolerancia- no incitan a tirar la mierda al suelo. A la inversa. Eso, lo de la mierda, es obra de las hordas –la mayoría bárbaras– que este año procuró ordenar y controlar –dentro de sus competencias, claro– la policía local. Y otra aclaración para algún listillo. A pesar de que un idiota, que no necesita de escuela oficial, niegue que haya quien se lleva las piedras, los cantos rodados de la plaza, a su casa, lo cierto es que existen sujetos que las ‘afanan’ como si de un trofeo de guerra se tratara. Habrá quienes las tiren a la fuente, cierto, pero es irrefutable que las ‘mangan’ para tenerlas de recuerdo, y no sobre el televisor, precisamente. Se les ha visto en la tarea, y las calvas del empedrado, los vacíos en el suelo, lo denuncia.

Por lo demás, la Semana Santa finalizó con más luces que sombras. Como se preveía. Dado el ingente trabajo que llevan a cabo las cofradías para conseguir una mayor nota cada nuevo calendario, es de justicia reconocer la labor que desarrollan y el entusiasmo con el que ejecutan sus postulados. La suspensión de algunos desfiles procesionales debido a la lluvia, no empaña en ningún sentido –ni en ningún momento– un amplio programa procesional y de actos bien elaborado –que, como todo, es susceptible de mejorar y de ciertos matices– por lo que, a veces, parece un milagro su continuidad encadenada durante las festividades católicas.

León, por lo tanto, se ha beneficiado, en términos generales, de una muy notable y abundante Semana Santa. Y la hostelería, probablemente la de los barrios Húmedo y Romántico –a pesar de sus cuitas y lamentos anuales– la que más y con diferencia. Los establecimientos de copas, dicen, los que menos. Es posible. Razones tendrán diferentes zonas de bares y restaurantes de la ciudad –y no hacen públicas sus penas– para quejarse y sentirse agraviados, debido a que la incidencia de público durante los días de Pasión es menor que en los lugares tradicionales de alterne.

Y al hilo de ello, y como muestra un botón, cabe recordar el episodio de cuando al tío Geroncio –que diría el añorado Victoriano Crémer– le preguntaron –para complacerle los oídos– por la reciente cosecha de trigo, al intuirse que el año había sido espléndido. El hombre, grave y cariacontecido, respondió: "En fin… qué te voy a decir, no ha sido mala, no, ha estado bien, pero podía haber sido mejor. Para buena, buena, la del año 72". Pues lo mismo. Sin la Semana Santa por el medio hubiera sido mucho peor. Para ellos y para todos.
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