08/06/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Mi primer corte de pelo con apenas unos días de vida, me lo hizo el genial Victorino Gavilanes. Gran amigo, buena gente y un virtuoso en esto de pelar cabezas.

De los pocos buenos recuerdos que tengo de mi complicada etapa de juventud, en la que todos los festivos giraban en torno al campo, porque en aquella época a mi padre le dio por trabajar el río, era ir a tomar el blanco con mi abuelo al bar del pueblo de turno, o echar un Winston, que previamente pedía a Victorino, a escondidas.

Victorino regentaba la mítica peluquería Gavilanes en la calle la Paloma. Una peluquería con sabor, de las de antes, en las que el barbero perfectamente uniformado con una bata de las que se abotonan por detrás, cortaba el pelo con partitura y buen ritmo, y donde los tijeretazos al aire ponían la banda sonora libre de SGAE; y todo ello sin perder el compás entre cliente y cliente porque la cola solía llegar hasta la calle.

En mi infancia tuve ese pequeño lujo de que el peluquero fuera a casa a cortarme el pelo, ya que Victorino siempre ha sido más que un amigo, y ya sabe eso de que la familia te viene impuesta, pero la gente buena que se te cruza en el camino no puedes dejarla escapar, y eso les pasó a mis abuelos Armando e Inés, con Victorino y la querida Chata.

Con los años, prefería ir a la barbería, porque además de cortarme el pelo como a mi me gustaba, sin asesoramientos trasnochados, me llevaba la propina y un pitillo, que si lo apuraba bien, me llegaba hasta la plaza de San Marcelo.

Pues bien, una de las cosas que más me llamaba la atención, eran los clientes que iban a afeitarse. Allí se sentaban felices con la cabeza hacía atrás como en las barberías del Oeste, mientras el barbero abría la navaja como el gran Pepe Sacristán en La Vaquilla, auténtica leyenda de ‘La Higiénica’.

Una vez afeitados, Victorino sacaba un inmenso bote de color sinfonier, y empezaba a repartir Floid.

Lo mismo que ha hecho la máxima autoridad de Ciudadanos en nuestra comunidad, pero con mucho menos arte. Con tan sólo 12 procuradores que apenas llegan al 15%, el amado y puro líder se permite el lujo de poner vetos. ¡Acojonante! El sistema actual hace que el que gane las elecciones no pinte nada, y que el que más ha perdido, si quiere tocar pelo, deberá entrar por el aro de los que no dejaron de cobrar todo lo que se les puso a tiro, de los agudos de la piscina fluvial, o de la pista de hielo y de los ahora bien apoderados, que votaban en contra hasta que se les complementó el peculio. ¡Ánimo, que ya habéis gastado cuatro años cogobernando!
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