Repartidores bercianos en tiempos de virus

Panaderos, pescaderos o repartidores de carbón siguen trabajando para que no falte de nada durante el confinamiento

ICAL
25/03/2020
 Actualizado a 25/03/2020
Uno de los repartidores que estos días sigue activo.| ICAL
Uno de los repartidores que estos días sigue activo.| ICAL
El confinamiento obligatorio de la mayoría de la población es una de las medidas más drásticas entre las que se están poniendo en práctica para combatir la epidemia causada por el coronavirus Covid-19 y el eventual colapso del sistema sanitario. Con la población recluida en casa por orden de las autoridades, los profesionales que llevan a cabo el reparto a domicilio de productos básicos se encuentran estos días con calles desiertas. “Estos días hacemos doble trabajo, además de servir el pan, a mucha gente les subimos las medicinas de la farmacia o les hacemos otros recados”, explica Yenifer Álvarez, trabajadora de la panadería La Espiga de Oro, en la localidad berciana de La Ribera de Folgoso.

Como las penas con pan son menos, ella es una de los integrantes de este ejército silencioso que continúa llamando a las puertas en tiempos de confinamiento. Su trabajo consiste en repartir el alimento más básico por La Ribera y los pueblos de alrededor, en concreto, Folgoso, Rozuelo, Boeza y Quintana de Fuseros, este último en el vecino municipio de Igüeña. “Es un entorno familiar, conoces a la gente de toda la vida”, explica Yenifer, que lleva 11 años trabajando en la panadería. En estos días, “la gente sale con guantes o con la bolsa para que eches directamente el pan”, explica. “Hay bastante miedo, aquí el 80 por ciento de la gente es muy mayor y muchos son antiguos mineros que tienen los pulmones bastante tocados”, apunta.

Ataviada con guantes y mascarilla y equipada con una botella de alcohol para lavar los guantes cada vez que tiene que tocar dinero, su reparto diario arranca a las 6 horas y en estos días ha notado un incremento en las ventas. “Yo esta temporada trabajo más, hay gente que ha llegado al pueblo, sobretodo de Madrid, a los que también hay que servir el pan”, explica. Además de estos “clientes a mayores”, también hay vecinos que compran más pan del habitual para congelar y tener reserva y otros que “no compraban el pan todos los días porque aprovechaban que bajaban a Bembibre al supermercado y ya lo cogían allí, en cambio ahora esos clientes son diarios”.

Otra de las medidas de precaución que Yenifer toma a la hora de hacer su reparto es utilizar siempre una bolsa nueva para coger el pan, de manera que sus guantes nunca entren en contacto con el alimento. “Consideras que estás en riesgo al estar en contacto con tanta gente, ya no es el riesgo de que me toque a mí, es que si yo lo pillo, lo engancha la gente de mi casa y puede pasar a mis clientes”, admite.

De la lonja a la puerta


Pero no sólo de pan vive el hombre, confinado o no, de manera que otros profesionales de la alimentación también continúan con su trabajo diario para llevar a casa de sus clientes los productos que puedan necesitar. Es el caso de Carlos López, gerente de la empresa Pescados y mariscos Cirilo, con puntos de venta en las localidades de Toral de los Vados y Villadepalos. Además de la venta de cara al público, que se lleva a cabo con guantes, mascarillas y ropa de trabajo específica, de acuerdo con las pautas de los servicios sanitarios, estos mayoristas que se aprovisionan en las lonjas de Burela y Celeiro, en Lugo, también sirven pescado a restaurantes y pescaderías de todo el Bierzo y atienden pedidos particulares, principalmente de clientes habituales, muchos de ellos hosteleros que piden el servicio a domicilio para consumo propio en su hogar.

Con la epidemia como telón de fondo, el acceso al local comercial se ha restringido para que no coincidan más de tres personas comprando de manera simultánea, mientras el resto de clientes guarda cola en el exterior. En el punto de venta de Toral, que se acompaña de un pequeño supermercado, se nota la escasez de productos como guantes y geles hidroalcohólicos, señala Carlos, que recalca que las medidas de limpieza y desinfección recogidas en los protocolos específicos para los locales de alimentación se llevan a cabo de una manera “más meticulosa” aún durante estos días.

En ese sentido, el pescadero apunta que “no hay los agobios de los primeros días con gente con ansiedad por acaparar víveres” y explica que “los barcos están faenando con normalidad, pero los mariscadores sí que han parado más la actividad porque los precios han caído por el cierre de la hostelería”. En su negocio, esta medida ha supuesto una bajada de más de la mitad del volumen de negocio, lamenta Carlos, que explica, no obstante, que “no se trata de seguir vendiendo sino de ofrecer un servicio a la sociedad”. “Llevamos toda la vida aquí, los vecinos han dado de comer a nuestras familias y nuestros negocios y creo que ahora es de recibo que demos la cara hasta donde podamos para que a los que siempre te han dado el duro a ganar no les falte de eso que tú llevas”, relata el pescadero, que subraya que “la población tiene que alimentarse”.

Para los pedidos a domicilio, la empresa informa a sus clientes a través de las redes sociales y de un grupo de ‘whatsapp’ de los artículos disponibles en lonja. “Ellos encargan el reparto para finales de semana y nosotros se lo llevamos a la puerta de casa. Cada entrega significa un cambio de guantes y ponerse otros nuevos”, explica. Al llegar a casa, toca mantener el comportamiento responsable para evitar contagios en la familia, después de todo un día trabajando en contacto con otras personas. “Antes de entrar en casa, me descalzo y meto el calzado en lejía, me quito la ropa de trabajo y la dejo fuera para lavar aparte, y me doy una ducha. Tenemos una fregona especial para tirar cuando se acabe todo esto, si Dios quiere”, asegura.


Carbón para calentar el confinamiento

En muchos de los pequeños pueblos de montaña, donde la despoblación se ha convertido en un inesperado aliado para frenar la expansión del virus, el confinamiento obliga a reponer las reservas de combustible para pasar una primavera que en algunos de estos lugares aún no ha dejado sentir su efecto en los termómetros. “La gente mayor tiene que calentarse, es una necesidad básica”, destaca Clemente Salví, gerente de la empresa Salví-Cela, que reparte carbón en todo la comarca. Desde la entrada en vigor del estado de alarma, la actividad ha bajado porque “mucha gente piensa que está cerrado”, explica Clemente.

Acostumbrado a descargar en lugares abiertos y sin aglomeraciones, estos días extrema las precauciones y utiliza guantes y mascarilla en sus desplazamientos. En el almacén situado en la carretera de los Muelles, los clientes también acuden con los mismos equipos de protección y “ni se acercan”, señala Clemente. “En los pueblos hay preocupación pero sin ser excesiva, aunque toman más precauciones que antes siguen siendo cercanos, no notas tanta histeria ni tanta alarma como en Ponferrada”, asegura.

Tras observar cómo iban bajando la persiana la mayoría de negocios a su alrededor, una vez el Gobierno decretó el estado de alarma, el gerente de la empresa confiesa que estuvo “tentado de cerrar” pero que la “responsabilidad” con unos clientes a los que no quiere “dejar tirados” le animó a continuar abierto. “Ya no es el negocio, es que no voy a dejar a mis clientes sin que puedan estar en casa con la calefacción encendida”, explica.
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