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Reparación de una injusticia

16/10/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Dicen que las comparaciones son odiosas, pero, si hubiera que hacer una lista de las mejores personas y positivamente más influyentes del siglo XX, debería ocupar uno de los primeros puestos un hombre que en su tiempo fue declarado enemigo de España, porque deseaba para ella la democracia y contribuyó como nadie al milagro de una transición en paz; que nos dejó los mejores ejemplos y teorías sobre el verdadero diálogo; que denunció como nadie los atropellos e injusticias de los pueblos más pobres de la tierra, impulsando una impresionante ola de solidaridad; que defendió valiente y proféticamente, ante la incomprensión de muchos, la dignidad de toda vida humana desde sus comienzos… y cuya no toma en consideraciónnos ha llevado a un invierno demográfico sin precedentes.

Estamos hablando de un hombre inteligente, sinceramente humilde, incluso tímido, que nunca ambicionó el poder y que no todos supieron valorar en su momento, pero que tuvo un protagonismo ejemplar en uno de los acontecimientos más significativos del siglo XX, para la Iglesia y para el mundo: el Concilio Vaticano II. Nos estamos refiriendo al Papa Pablo VI. El domingo día 14 de Octubre ha recibido la más alta distinción: fue declarado santo, porque lo era. Su figura, a veces tan injustamente tratada u olvidada, se ha ido engrandeciendo a pasos agigantados con el paso del tiempo. Por eso decimos que se está reparando una gran injusticia. Si se conocieran y llevaran a la práctica las enseñanzas del santo Papa Montini en el mundo de la política, de la economía, del trabajo, de la cultura y, por supuesto, de la fe, el mundo sería diferente. Mucho mejor.

No podemos quejarnos de los papas que le han sucedido. Pero es de justicia reconocer que han sido ejemplares en la medida en que ha sido fieles a la trayectoria emprendida por el nuevo santo, por San Pablo VI, y han desarrollado su impresionante magisterio. Otras personas han sido canonizadas juntamente con él. Todas ellas especialmente preocupadas por los más pobres y necesitadas. Entre ellas el Arzobispo Oscar Romero, asesinado mientras celebraba la misa, mártir por la defensa de la justicia.

Precisamente en estos días se celebra el Domund, la gran jornada misionera que nos recuerda a miles de santos anónimos repartidos por el mundo entero haciendo el bien, como tantos cientos de miles de personas santas aquí y en todas partes que no salen en las primeras páginas de los periódicos, porque venden más las cosas malas, aunque sean minoritarias.
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