Ren, ren, rebereberén, tranlará lará

06/10/2021
 Actualizado a 06/10/2021
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Apuro los días en los que puedo escribir en este portalón antes de que el frío me engarrote y me obligue a ponerme a buen recaudo de este trozo de casa cuyas paredes cuentan mi vida. Encaladas de blanco y engalanadas de nostalgia, como esos carros que llegando San Froilán desembarcan en la ciudad, son ellas el mejor refugio del calor en los meses de verano. La garia, los yugos, las cerandas y los cencerros son presas del polvo que deja el paso del tiempo; son el recuerdo de lo mucho que trabajamos el mi Francisco y yo en el campo. Por estas fechas andaríamos pasándolas tan putas que estaríamos en vendimia. Ahí cuelgan esos cestos de mimbre que llenábamos de hermosos racimos con agilidad y a pesar de la dureza del trabajo, con bien de alegría. Nosotros no teníamos barcillares y nos tocaba ir a jornal para los señoritos, que eran amo mientras duraba la campaña. Parece que me veo en aquel carro subida bajando del Pajuelo rodeada de racimos y de los compañeros de cuadrilla.

Como cantar siempre espantó todos los males, los perros de los primeros días y los madrugones los espantábamos con unos buenos cánticos. «De quién es esa cuadrilla, cuadrilla de tanto rumbo, es la del tío Tarabilla (aquí cada uno poníamos el nombre del amo) que lleva la sal del mundo». Las friegas no faltaban y los mozos no desaprovechaban la ocasión para cortejarnos entre las viñas cogiendo los racimos más maduros y pasándolos por la cara de la desafortunada. Parece que escucho aquellas carcajadas. «Que ricas saben y son distintas, las uvas blancas, las uvas tintas. Vendimiadora, vendimia bien, que puede el amor lo que haces ver». A pesar de tanta jolgorio, lo mejor de la vendimia eraque se acababa. «Las hijas de nuestro amo, ren, ren, rebereberén, tranlará lará, son unas lindas señoras. Vivan el amo y el ama, ren, ren, rebereberén, tranlará lará, vivan las vendimiadoras». Parece que me veo levantando los brazos como si no pesaran después de haber perdido la cuenta de las horas de trabajo. «Ren, ren, rebereberén, tranlará lará». Por fortuna ya no hay amo, ni ama. Pero por desgracia, tampoco quedan aquellas cuadrillas de tanto rumbo que lleven la sal del mundo. La mía, está entre estas paredes desde la que espero la caída de la hoja. Y seguir contándolo un otoño más.
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