Relieves o la sede de la Unión General de Trabajadores

Por Javier Carrasco

L.N.C.
29/01/2020
 Actualizado a 31/01/2020
Relieves en la sede de UGT. | MAURICIO PEÑA
Relieves en la sede de UGT. | MAURICIO PEÑA
Cuando caminamos por la calle lo hacemos normalmente ensimismados, sin prestar apenas atención a los edificios que nos rodean, pendientes solo de no tropezar con aquellos con los que nos cruzamos, dirigiendo, como mucho, alguna mirada distraída a los escaparates o atentos a que el semáforo se ponga en verde para poder cruzar cuanto antes. En raras ocasiones levantamos la vista del suelo porque nada tenemos perdido en las alturas, acostumbrados a hacerlo solo cuando nos encontramos ante un monumento y no ante las muestras de arquitectura civil. Si lo hiciésemos, al menos en el centro de la ciudad, nos veríamos sorprendidos por una surtida muestra de llamativas soluciones para el adorno de las fachadas y remate de las diversas construcciones que lo ocupan: cúpulas, frontispicios, balaustradas, artísticos dinteles, jarrones... En ocasiones el alarde llega a mostrar mascarones, bustos o incluso figuras en bulto redondo. La calle Ancha, la calle Independencia, la Plaza de Santo Domingo, Ordoño II, pueden servir de ejemplos.

En Gran Vía de San Marcos, en dirección a San Marcos, apenas superada la desangelada Plaza de la Inmaculada, en el número 31 se encuentra la actual sede de la Unión General de Trabajadores, un edifico impersonal de cuatro plantas que cuenta con dos relieves en el último piso a ambos lados de la puerta central, sobre la que cuelga un balcón. Muestra el de la izquierda a unos mineros y el de la derecha a unos herreros. Son seis figuras, tres y tres, representados en plena actividad, con los brazos desnudos. Mientras uno de los mineros acarrea, doblado sobre su espalda, una vagoneta, los otros dos aparecen erguidos; uno sostiene un pico y la lámpara, y el otro que mira de frente, una pala. Uno de los herreros levanta su martillo mientras que el que se encuentra en medio sostiene, inclinado, un hierro. Son figuras esquemáticas, sin ningún alarde, tan sobrias como el edificio que adornan, muy lejos de las llamativas, hercúleas y propagandísticas representaciones de obreros del llamado realismo socialista que imperaba cuando fue construido.

Edificado en la década de los treinta del siglo pasado en un solar, que donó en testamento un tal Juan Nuevo, viejo militante de los tiempos de la fundación del sindicato, para levantar la Casa del Pueblo y sustituir a la que se encontraba en la calle de la Rúa. No pudieron disfrutar mucho tiempo de ella sus legítimos propietarios porque las instalaciones, con el comienzo de la guerra civil, fueron incautadas por los sublevados. Sus dependencias pasaron a albergar los talleres y redacción del diario Proa, mientras que las últimas plantas serían destinadas a oficinas del Sindicato Vertical. Si bien unos murales de Vela Zanetti del interior fueron destruidos, los relieves tuvieron mejor suerte porque de algún modo su mensaje ideológico resultaba en apariencia neutro y no desdecía con los nuevos tiempos. Menos problemático que deshacerse de ellos, pensaron, era dejarlos allí donde estaban y esperar que el paso del tiempo hiciera olvidar que aquello fue una Casa del Pueblo.
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