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Relato contaminado

28/09/2020
 Actualizado a 28/09/2020
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Pasados unos meses y por el tamiz de los grandes acontecimientos, los pequeños momentos adquieren matices, se pueden convertir en vivencias, anécdotas que se enriquecen más o menos para que cada uno construyamos nuestro relato, para que seamos capaces de narrar la vida y dar sentido al mundo.

Hace poco más de un año me fui a pasar el fin de semana al pueblo de un amigo, fuera de León. Para el viaje de ida compartí coche a través de Blablacar con una joven más o menos de mi edad y dos aún más jóvenes estudiantes, que planeaban irse de Erasmus al curso siguiente, con un entusiasmo que alimentaban las experiencias que tanto la conductora como yo compartimos con ellos.

Ya en el pueblo, la familia que regenta el restaurante local había decidido adaptar el jardín para bodas, bautizos o comuniones y nos enseñaron el nuevo espacio llenos de ilusión por darle una vuelta al negocio de décadas y motivar a la tercera generación del establecimiento.

Entre medias habíamos estado con Pedrito, pese al diminutivo, bastante menos joven que un servidor, al menos en el DNI. Fuimos a setas, compartimos un buen rato en la bodega y nos ganó la partida.

Para la vuelta también compartí coche con un soldado de la UME. Hablamos de su trabajo y del mío y del incómodo punto en el que se suelen encontrar: incendios, inundaciones, nevadas…

Recordé este viaje hace unos días e inmediatamente se coló por la malla del coronavirus. Esas caras se hicieron las caras de los estudiantes que ven todavía más incierto su futuro, de los negocios familiares con planes truncados por la pandemia, de los soldados que se emplearon en la desinfección de la residencias y, aunque Pedrito está bien, no ha esquivado el golpe de perder amigos en este trance.

La nueva normalidad llega a contaminar el pasado. Ojalá desaparezca pronto del futuro.
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