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Regreso al empacho de realidad

02/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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No sé ustedes, pero yo he regresado a este nuevo mes de septiembre con la sensación de empacho con la que me fui a principios de agosto. Cada vez resulta más difícil digerir la realidad, y, sin embargo, recibimos sin cesar más y más información, casi siempre confusa, borrosa, contradictoria, inexplicable, como si necesitásemos nutrirnos de ella a cada paso, como si no pudiéramos dejar de devorar fragmentos de actualidad de manera compulsiva, quizás temerosos de no estar a la altura de lo que se nos demanda. Creo que esta perpetua conexión que nos ofrece la tecnología nos mantiene atados a todo lo que pasa (o más bien a lo que nos dicen que pasa), a veces como el enfermo a la máquina. El horror al vacío parece uno de los grandes miedos del presente. La música de las esferas es hoy el runrún de los acontecimientos, ese continuum de sucesos (a menudo morbosos y truculentos) que recibimos de inmediato: la dosis cotidiana. Y prescindir de todo ello, descubrir, por ejemplo, el silencio, podría llevarnos a la angustia de los pensamientos en soledad, al vértigo de la mirada interior. Nos deslizamos por el tobogán de la realidad hinchada, gravemente tensionada, superalimentada, hipercalórica, la realidad que viaja como un turbión en la tormenta, la realidad que nos lleva y nos arrastra con su infinito ardor.

Y aquí está septiembre, sí, pero no el del perfume de los frescos racimos, aquel de los días de infancia. Aquí está septiembre de nuevo con el gran ruido y los personajes vociferantes, el parloteo inane y la descarga pavorosa de titulares que nos recuerdan que todo lo tenemos pendiente, aunque nunca se refieren con ello a la felicidad. Aquí está septiembre y, apenas recorridas unas horas, ya escuchamos otra vez las frases de diseño, los eslóganes de bisutería. Vuelve la tensión al primer plano, la negociación política de nuevo con el vocabulario consabido, con los mensajes precocinados, con esa patética falta de imaginación. Y ese intento de clasificarnos, de hacernos casar con modelos preconstruidos, pues el ciudadano creativo es un dolor de cabeza para los gozosos algoritmos y los intereses del mercado. Que nuestras acciones y deseos sean predecibles, que sean carne fresca para las estadísticas, que todo sea mensurable para que los gurús puedan saber lo que pensamos. Sólo somos el eco de la sopa del ‘big data’, el gran puré de las opiniones humanas, nuestro cerebro viaja en esa sopa informativa que mueve las pulsiones del mundo, que decide lo que debemos hacer y lo que no, lo que nos gusta y lo que no, lo que se debe creer y lo que no. Somos víctimas de nuevas formas de autoritarismo que se expanden sibilinamente a través de ingenierías sociales y modas mediáticas a las que por supuesto contribuimos. Somos atraídos con infinitos trucos a cosas que ni siquiera deseamos. Caemos tristemente en este vértigo que nos arrastra: que la tensión no decaiga, ese es el mensaje, que la realidad se manifieste como un sistema poderoso, inabarcable, del que somos a menudo peones necesarios.

Y quizás todo esto explique el feísmo del discurso contemporáneo, esta sensación de abatimiento y enfado permanente en el que vivimos, este alejamiento o abandono de las cosas que verdaderamente importan. Ha llegado el momento de enfrentarse al relato global. Ha llegado el momento de separarse de esa narración impuesta que sistemáticamente nos colocan y que al parecer tenemos que aceptar porque otros deciden cuál el relato correcto. Apenas hemos desembocado en septiembre y ya se han armado las grandes frases, ya está servido el vocabulario que debemos usar. Ya están ahí las palabras clave, esos cebos mediáticos cuidadosamente elegidos, en el gran tendal de las televisiones. Ya estamos otra vez empachados de realidad.

El suspense, o más bien la más absoluta confusión, se ha apoderado de nosotros. Si se fijan, agosto ha navegado entre dos realidades que, tercamente, nunca terminan de resolverse (hasta que el calendario obligue a ello). En el horizonte de la política, la formación de un hipotético gobierno en este país se ha enzarzado en un relato anodino, repetitivo, artificioso y muy poco estimulante. En el horizonte de la realidad dos, aquella que atiende los asuntos del ocio (claro que la política es también parte del entretenimiento mediático), ahí está el eterno suspense con el fichaje borroso de Neymar. Son ejemplos de esa realidad que produce empacho, o que, tal vez, está diseñada para librarnos del horror al vacío. O simplemente para distraer nuestra atención. Son ejemplos del relato enredado e interminable.

Por supuesto, como decimos, ambos asuntos se resolverán en breve, pues el calendario no se puede estirar hasta el infinito y más allá. Pero no duden que otras narrativas, seguramente anodinas e inútiles, los sustituirán de inmediato. Como ya han dicho otros, y también hemos apuntado aquí, la realidad es ahora mismo un tejido de palabras, una densa construcción verbal en la que se cruzan relatos diversos, con el único afán de conseguir nuestro favor y nuestro seguimiento. La batalla es continua y se extiende a través de las redes como en un sistema circulatorio. Todo el mundo contribuye a mantener ese oleaje maniqueo y superficial, que provoca la tensión contemporánea, esa refriega permanente, ese enfado que ya es estructural.

Todos alimentamos el monstruo contemporáneo de la insatisfacción, sin comprender que con ello nos dañamos a nosotros mismos, al entrar en el juego de opiniones banales y frases hechas, al insistir en ese vicio de ponernos los eslóganes como adornos representativos de cada una de las tribus. Nada que hacer ante las tendencias diseñadas, nada que hacer ante la sopa caliente de los grandes datos, nada que hacer ante el dulce dominio de los algoritmos. Somos necesarios propagadores de interesados relatos ajenos.

Y así, septiembre no será el refugio del regreso al hogar y al perfume de los racimos, sino el patio de fuego cruzado de las realidades inconfortables. Sin habernos librado de la realidad en agosto, el otoño entrará demandando mucha atención y dando a cambio muy poco, apenas el entretenimiento de las televisiones. No es cosa nuestra. Toda la realidad global es hoy gritona y frustrante. Poblada de líderes egocéntricos que imponen narrativas infantiloides. En muchos lugares, se insiste casi a diario en tomar decisiones que van gravemente contra la solidaridad, contra el planeta, contra el progreso. De pronto, estamos retrocediendo décadas. En muchos asuntos. Y cada mañana hemos de devorar esa dosis de realidad amarga que nos sirven.
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