Regreso a mi ciudad y a mi abandonado barrio de San Mamés

María Paz García Rubio
13/01/2021
 Actualizado a 13/01/2021
Viví en León durante casi toda mi infancia y juventud, en un barrio de gente noble y obrera, San Mamés, un lugar que en los años setenta y ochenta era un hervidero de niños y jóvenes. Aquí obtuve mi doctorado en Derecho y, por circunstancias ajenas a mi voluntad que no vienen ahora al caso, de aquí me fui en 1989. Desde entonces vuelvo de manera esporádica al lugar donde tengo mis raíces, en el que además sigue viviendo gran parte de mi familia y un puñado de buenos amigos que atesoro desde mi partida.

En el último mes las cosas se han puesto muy feas. Mis padres, gente mayor como buena parte de quienes habitan en esta ciudad, han enfermado gravemente, razón por la cual he tenido que realizar varios viajes en tren desde Santiago de Compostela a León y viceversa. En el último llegué a León el día 2 y tenía previsto el regreso el 11, ambos días de este atípico mes de enero en el que los leoneses vemos con asombro las fuertes nevadas del centro y el este de la península mientras nosotros disfrutamos de un espléndido sol, aunque, para que no olvidemos donde estamos, también de gélidas temperaturas.

El sábado 2 de enero llegué a la estación del tren a la 1.30 de la tarde; no había taxi en la parada y llamé al servicio de radio-taxi. Realicé cinco llamadas; en las dos primeras me dijeron que me enviarían un taxi, en las dos siguientes me remitieron a una aplicación para el móvil y, tras más de media hora de espera, en la quinta simplemente dejé patente a la persona que me atendía mi frustración y mi deseo de presentar una queja por la falta de servicio; luego llamé a mi hermano, gravemente enfermo, para que me recogiera porque no podía llegar andando a San Mamés con la maleta, el maletín y el bolso. Utilicé las redes sociales para denunciar la falta de servicio y la sensación de dejadez y abandono que recibiría cualquier posible visitante que pasara por una experiencia similar.

Como me sucedió en el viaje anterior, en casa de mis padres resultaba prácticamente imposible utilizar el teléfono móvil; salvo en un lugar muy concreto de una habitación, en el piso no hay cobertura. Es un edificio construido en los años sesenta; tampoco lo hay en el de mi sobrina, bastante más moderno, apenas un par de calles separado del de mis padres. Según me han comentado, la conectividad en todo el barrio es nefasta; también lo es la limpieza y cuidado de las aceras, por cierto.

Uno de los días tuve que realizar unas gestiones médicas para mi madre; salí relativamente temprano de casa y no encontré ningún lugar abierto donde desayunar; todos los bares de la zona estuvieron cerrados hasta pasadas las 10 de la mañana. Para entonces ya me había dado cuenta de que aquel barrio bullicioso, alegre y vivo que yo conocí ya no existía; la mayor parte de sus vecinos son gente mayor que sale poco a la calle y que ni recibe, ni probablemente exige, los servicios que cualquier ciudad moderna que cuide a sus ciudadanos debería proporcionarle.

El final de esta historia, que para muchos será irrelevante, ha sido el viaje de vuelta; mejor sería decir el que debió de ser el viaje de vuelta. Cuando llegué a la estación el día 11 el tren estaba cancelado; acudí a informarme de la situación y una señora, muy poco amable, por cierto, me dijo que el tren no había salido de Barcelona porque había nieve en Zaragoza. Parece ser que la nieve en Zaragoza impide un viaje en tren entre León y Galicia, simplemente porque Renfe entiende que poner un tren que sirva a los viajeros del noroeste no afectados por la nieve no es necesario, no es rentable o simplemente no es importante; sorprendentemente Renfe me había informado de la suspensión y posterior reanudación del servicio entre Madrid y Barcelona; nunca me comunicó la suspensión del servicio que yo había contratado. Según la poco amable señora, era yo la que debía de haberme informado; no me molesté en explicarle quien había cumplido el contrato y quien no, pero sí puse la pertinente reclamación. Más tarde comprobé que los trenes con origen en Barcelona y destino Madrid, Sevilla, Córdoba y San Sebastián sí habían salido de Barcelona; imagino que todos ellos pasan por Zaragoza.

En fin, no les quiero aburrir con otras frustraciones padecidas estos días en la que sigue siendo mi cuidad y mi abandonado barrio de San Mamés. Sé que León nunca ha sido una tierra de espíritus emprendedores y arriesgados, pero no creo que la memoria me engañe tanto como para imaginarla tan distinta a como la he encontrado estos días: en estado de coma, con gentes faltas de ilusión, instaladas en un conformismo terminal y, con escasas excepciones que también las ha habido, muy poco amables, la verdad. León se muere, los leoneses contemplan pasivamente el fúnebre cortejo y las instituciones y empresas, públicas y privadas, contribuyen con su dejadez y su desprecio a acelerar esa muerte.

María Paz García Rubio es catedrática de Derecho Civil (Santiago de Compostela).
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