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Regimiento inmortal

16/05/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Los rusos, (mucho ruso en Rusia y muchos polvorones en la Estepa), son la hostia. El día 9 de mayo salen como locos a la calle para celebrar su triunfo sobre los nazis en la II Guerra Mundial. Se prepara la mundial, no cabe duda, con todos los soldados desfilando por la plaza Roja vestidos de fiesta y con una compañía nada desdeñable de tanques, misiles normales y de los que llevan cabezas nucleares, para demostrar al mundo, (en este caso a los Estados Unidos), que el que tuvo, retuvo y que es de inteligentes dejarlos en paz. Pero es que, desde 2012, también sale a la calle el pueblo llano, portando fotografías de sus padres, abuelos o bisabuelos que lucharon y murieron defendiendo su patria. Los llaman ‘El Regimiento Inmortal’. En 2018 lograron reunir en las calles de cientos de ciudades rusas a diez millones de personas. Yo estoy de acuerdo con los que dicen que nadie muere del todo mientras alguien lo recuerde. Por lo visto, en Rusia, no muere ni Dios. Me diréis que en un país que sufrió veintisiete millones de muertos en aquella guerra, es muy sencillo sacar a tanta gente de su casa con la foto de cualquier familiar asesinado por la hidra fascista. Yo creo que no lo es. Aquí, en España, en la guerra incivil, murieron medio millón de personas, según los estudios más objetivos. Medio millón de muertos en una población de poco más de veinte millones de habitantes es una barbaridad con uve. Significa que ninguna familia se libró de perder a un padre, a un hijo o a un hermano. Con todo el cisco que se ha montado en relación con la Ley de Memoria Histórica, pensaréis que estamos en el buen camino, que aprendemos a no olvidar a nuestros muertos. No estoy, como de costumbre, de acuerdo. La citada Ley es muy útil para enterrar, de una vez, a los que no se pudo dar sepultura en el momento de su muerte, pero para nada más. Franco, durante la guerra, no fue distinto a los del otro bando. Ambos cometieron tropelías y homicidios por un tubo. Lo malo fue cómo gobernó después de su victoria, olvidando, persiguiendo y acosando, (por lo menos hasta mediados de los años cincuenta), a los derrotados. Una de las mayores infamias que hizo Franco fue no desenterrar de las fosas comunes a los asesinados por sus correligionarios. Lo mismo que hizo con los de Paracuellos del Jarama, (que eran de los suyos), lo debió de hacer con todos.

Una vez logrado ese objetivo, sería aconsejable imitar a los rusos y salir todos a la calle portando los retratos de nuestros muertos, sin distinción de bando o de idea política. Sería aconsejable porque no nos olvidamos de ellos, en primer lugar, y porque, una vez descansando en paz, estoy seguro que ellos serían los primeros en pedir una paz que no fuese la de los ‘cementerios’ y la reconciliación de todos.

Sé que es mucho más sencillo rendir homenaje a los que cayeron defendiendo a la patria de un enemigo extranjero que hacerlo con los que se mataron entre si, algunas veces luchando hermanos contra hermanos. Pero tenemos, debemos, pasar página. La guerra terminó en 1939, oficialmente, o en 1956 con la derrota de los últimos maquis. En cualquier caso, hace muchos años y no es sano, (nuestra historia lo demuestra demasiadas veces), estar en permanente efervescencia y revivir las luchas cainitas entre liberales y conservadores, (las guerras carlistas), o entre comunistas y fascistas. Cuando el Partido Comunista de Santiago Carrillo dio la orden de alto el fuego en la guerra de baja intensidad que se llevaba a cabo sobre todo en los montes, en unos escenarios increíbles, propicios para rodar un capítulo de Juego de Tronos, lo hizo en nombre de la «reconciliación nacional» y no dudó en asesinar a los jefes de las partidas de guerrilleros que no atendieron su llamamiento. Los únicos que languidecieron con la lucha armada contra Franco fueron los anarquistas..., y así les fue.

El Regimiento Inmortal de los rusos a uno le pone la carne de gallina. No puedo por menos que admirar a un pueblo que, alejándose de los trillados eslóganes nacionales sobre ‘la gran guerra patria’, saca del olvido a los anónimos hombres que fueron utilizados, en muchas batallas, como carne de cañón hasta conseguir la victoria. El ruso normal, el que vive en medio de las estepas o al lado de los montes Urales, no dudaría, seguramente, en morir por defender a su patria. Pero, mientras tanto, como me explicó un amigo que anduvo por allí más de un mes, lo único que desea es que le dejen en paz; igual que los españoles, que los italianos, que los húngaros...

Salud y anarquía.
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