06/10/2019
 Actualizado a 06/10/2019
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Hace unos días, en medio de noticias cansinas sobre la cansina actualidad, resucitó el drama de los refugiados en Europa. En el centro de detención de Moria, en la isla griega de Lesbos, al menos una mujer murió víctima de un incendio. Ello provocó la protesta de las personas allí refugiadas, que viven en condiciones más que precarias en medio del hacinamiento y de la insalubridad. Del mismo modo, hace unos días, digerido el efecto ácido de esa información, todo volvió a su ser y el olvido se adueñó nuevamente de buena parte de las conciencias.

Sin embargo, los hechos antes referidos son sólo una muestra de un panorama desolador. Así se recoge en el último Informe Anual, el del año 2018, realizado por la Agencia de la ONU para los refugiados, donde se dibuja un mapa mundial con 70’8 millones de personas desplazadas a la fuerza, el doble que hace 20 años, donde se incluye un total de 25’9 millones de refugiados. Aunque para verlo mejor, baste indicar que en el mundo hay una persona refugiada más cada dos segundos, y uno de cada dos es niño o niña. Por lo que se refiere a Europa, incluyendo ese depósito de residuos que es Turquía, son 11 millones las personas con la condición de desplazadas a causa de la violencia, un objetivo que no alcanzaron las 2.277 que el año pasado perdieron la vida en las rutas del Mediterráneo.

Conviene escribir sobre esto sin moralina para al menos relativizar buena parte de nuestros dolores domésticos. Incluso para resituar la irrealidad de algunos ensueños. Sobre todo porque a esas cifras se sumarán en las próximas décadas los desplazados por los efectos de la tragedia climática, una masa de seres humanos que apenas si ha empezado a ser contabilizada. De momento, ese tipo de movimientos suelen ser internos, como los 18’8 millones que se produjeron en 2017, pero eso no quiere decir que tales personas no sean vulnerables o que los impactos en las áreas donde viven les impidan regresar a ellas con seguridad. Sí, conviene también leer sobre esto.
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