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Reflexiones de verano (IV)

16/08/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Hay decisiones que, aún tomadas en países muy lejanos, las siento como propias. Hay países que son lo que son, pero que sobre todo son como son, en gran parte por la herencia que recibieron de nosotros.

En muchos lugares del mundo logramos dejar lo mejor de nosotros mismos, les dejamos nuestro lenguaje, esa maravillosa herramienta que te permite conocer y acercarte al de al lado, que te permite querer y decir, socorrer y acompañar, penar y llorar compartiendo, esa invención hecha para el entendimiento aunque tantas veces la usemos como arma arrojadiza para distanciarnos y diferenciarnos, para exagerar lo que nos separa en lugar de evidenciar lo común.

A muchos de esos países con los que compartimos nuestro lenguaje, aunque luego ellos lo hayan mejorado notablemente, también les dejamos algunas de las peores de nuestras costumbres y creencias, nuestros comportamiento atávicos, nuestras miserias preñadas de irracionalidad confesional con las que imponemos en lugar de sugerir, con las que obligamos o prohibimos todo aquello que nadie quiere imponernos ni prohibirnos a nosotros. Creer que porque la norma legal lo penalice, el hecho desaparece es igual de idiota que el ignorante que defiende qué cuándo él no ve el sol o la luna es porque no existen, que no están, sin darse cuenta de que siguen estando aunque no los veamos, que quien lo hace ahora, porque no le queda otra opción, lo seguirá haciendo. La única diferencia es que así lo primero que arriesgará es su propia vida, se verá obligada a hacerlo en la clandestinidad y sin atención médica. El hecho no desaparecerá, simplemente pondrá la vida de ellas en peligro.

Aquellos inquisidores, de aquí y de allá, que no permiten la libertad de decidir si quieres o no quieres (si una mujer quiere o no quiere sin tener que dar explicaciones a nadie) traer una nueva vida al mundo, son los mismo que durante siglos, y aún hoy en día, niegan toda la evolución en el pensar, en la ciencia, en el bienestar. Aquí o en la Patagonia, igual de idiotas.
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