Reflexiones

04/11/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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Cuando llega el Día de Todos los Santos siempre me da por pensar. Pensar en aquellos que nos faltan y que ese día duelen un poquito más. Tengo la suerte de que aún sigo rodeada de mucha gente importante, aunque el que no está sea uno de esos imprescindibles en mi vida. Charlando con amigas, algunas de ellas se sentían afortunadas por no tener que ir a visitar a nadie al cementerio, y en realidad hay que reconocer que es una de las mayores suertes. En estas estábamos cuando me invadió un sentimiento horrible de nostalgia y pena a la vez. Pena por pensar que, aún con todo, con la ausencia y el dolor, la vida sigue. Sigue y todo pasa, y compruebas que muy a tu pesar se puede sobrevivir igualmente sin todas esas personas. Entonces te acuerdas de esos momentos de angustia al pensar que algo malo puede pasarles y que te morirías si un día ya no están. Pero no. Tú continúas levantándote cada mañana, siguiendo tus rutinas, y por supuesto disfrutando de todas las cosas buenas y bonitas que te pasan. Y menos mal, ¿no? Pero que puñeta que no lo puedan ver, que no lo puedan compartir y celebrar contigo. Que se pierdan todas esas partes importantes de los que continuamos el viaje. Me vino a la mente una de mis películas favoritas de Isabel Coixet, ‘Mi vida sin mí’ y lo que en un momento me pareció frío y descabellado, al final cobra todo el sentido. La prota sabe que se va a morir, e intenta dejar todo preparado para que sus seres queridos puedan continuar sin ella de la mejor manera posible. Que su pareja pueda conocer a otra mujer, que esa mujer trate bien a sus hijas… En definitiva que sigan avanzando sin ella pero felices y disfrutando de lo que ella ya no puede: la vida. Supongo que todos los que estéis por ahí, donde quiera que os vayáis cuando nos dejáis, también esperáis eso. Que disfrutemos nosotros que podemos, que vivamos al máximo y no dejamos que la vida nos pase de refilón. Para los que aún no lo practicáis, ¡exprimid cada momento!
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