22/07/2023
 Actualizado a 22/07/2023
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Cuando ustedes lean esta columna será sábado 22 de julio, jornada de reflexión. Nunca hasta ahora había agradecido tanto tener un día entero para decidir con calma y conciencia mi voto de mañana.

Hace un mes era víctima del desencanto, como muchos ciudadanos, y tentada he estado de no acudir, en esta ocasión, a las urnas, ya que ningún candidato o programa me convencen, en conciencia, del todo; sin embargo, por más vueltas que en mi cabeza le he dado al asunto, he llegado a la conclusión de que votar es un derecho, pero también una responsabilidad y hasta cierto punto debería ser una obligación para todos aquellos que vivimos en sociedad, ya votemos a derecha, a izquierda o nulo. El centro ya no existe, se ha polarizado.

Por inmenso que sea el desaliento y la desconfianza, hay que votar, hay que acudir a la cita, porque son muchas las heridas, los temores, porque no hacerlo sería ofender a quienes antaño lucharon por nuestra Democracia, que no llegó sola, que nació de un país partido en dos por el sufrimiento.

Son muchos los frentes abiertos: la precariedad del empleo juvenil, el desempleo, la falta de apoyo a las familias, la pobreza infantil, una sanidad hecha trizas con listas de espera interminables, reducir la inflación y estimular la creación de empresas en aquellas zonas poco industrializadas, enfrentar de una vez por todas con ideas realmente eficaces el drama de la despoblación. Hay que rescatar y amparar a colectivos vulnerables, y aunque pocas veces se cite en este apartado a los trabajadores y creadores de cultura, por favor, nunca más censura, no más vetos, más mecenazgo y reconocimiento. Hay que barrer el odio y fomentar la paz entre la ciudadanía, entre personas de diferentes credos, orígenes, estratos sociales. Por eso, gane quien gane, pierda quien pierda, tendremos que exigir una serie de mínimos, porque España eres tú, pero España, en realidad, somos todos.
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