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Recuperar ameneceres

13/03/2023
 Actualizado a 13/03/2023
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Cuando, de jóvenes, desde aquel León de incienso y procesiones, y frente de juventudes, pretendíamos cambiar el mundo y recuperar las libertades, elegida la poesía como arma, a ninguno de nosotros nos cabía en la cabeza que el verdadero enemigo del futuro había de ser alguno de los nuestros. Por ejemplo, esta ‘pareja de dos’ compuesta por Ortega y Rosario Murillo, que acaban de expatriar de Nicaragua a casi un centenar de antiguos compañeros revolucionarios, expulsándolos de su país, Nicaragua, y confiscando todos sus bienes.

Y eso no significa que nosotros tuviéramos ‘poca cabeza’ sino que el mundo ha evolucionado tanto que lo que ayer parecía impensable, hoy está sucediendo, por desgracia. Y por y para desgracia de la humanidad, puesto que no son cualesquiera los que van cayendo sino los mejores, los más nobles y enteros, los más sabios. Una de ellas, Téllez, hablando de la libertad que deseaba desde la escueta y angosta celda en la que la tenía recluida el Tirano Ortega, su antiguo correligionario, dice que; «aguantar era mi manera de derrotar a Ortega»; «la libertad era eso: recuperar amaneceres», Dora María Téllez, historiadora, antigua revolucionaria sandinista, hoy desposeída hasta de su ciudadanía por sus antiguos camaradas.

Este cronista no puede menos de citar aquí a su amigo del alma, de entonces y de siempre aunque ya no esté entre nosotros, el gran Agustín Delgado, alma de la Revista Claraboya, cuando, militante del PSOE y contrayente de una angustia propiciada por una depresión galopante, suspiraba: Toño, a mí quienes me están destruyendo son los míos. Me buscan las vueltas en cosas sin importancia. Y ya sabes cómo soy yo para esas cosas: un desastre. Otro que suspiraba por recuperar amaneceres, aunque fueran en aquel León, de orujos en las tabernas, y versos en las fábricas de alpargatas.

«Ortega es como Fouché, que no era de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario: un animal de poder sin escrúpulos», escribiera García Márquez en su ‘Asalto al Palacio’. Por eso mantuvo en la cárcel de Chipote, en Managua, durante 605 días, a 222 de sus antiguos correligionarios y luego los metió en un avión rumbo a los Estados Unidos de América para que «recuperaran allí los amaneceres que les diera la real gana». Profesores, escritores, gentes ilustradas, y hasta un obispo, el único que se tiró afuera, tal vez en busca de sus propios ideales, fueron desposeídos de todo para gloria del Gran Ortega y su señora Rosario, encargados por el altísimo de cambiar el mundo y recuperar las libertades.

Alguien creyó ver que se besaban y escuchar que cuchicheaban: todo queda en casa.
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