Recuerdos desde Barcelona

Rubén Alonso de Ponga
06/04/2020
 Actualizado a 06/04/2020
A estas horas, un año normal, estaría conduciendo, ya de vacaciones, camino de León, camino de un maravilloso pueblecito de montaña, Valbuena del Roblo.

A estas horas, un año normal, el 3 de abril, sería un día donde muchas personas estarían gozando del inmenso placer de mezclarse y confundirse con la majestuosa naturaleza que la primavera nos brinda en muchos rincones de España.

A estas horas, un año normal, Barcelona, al igual que otras ciudades del país, comenzaría a hacer ese intercambio de población tan habitual y tan saludable: muchos residentes saldríamos e infinidad de turistas entrarían.

Pero a estas horas, este viernes, no es un año normal. Los que trabajan lo hacen en exceso, con saturación y con riesgo (mil aplausos para ellos). Otros muchos ya no trabajan, han perdido su empleo, han cerrado sus negocios, les han hecho un Erte, o les ha atrapado la pandemia. La mayoría, estamos en casa, donde debemos estar y donde nos han dicho que estemos: dormimos, comemos, jugamos, amamos, reñimos, trabajamos, leemos, vemos la televisión, nos comunicamos por las múltiples opciones que han puesto a nuestro alcance, hasta podemos hacer deporte (de aquella manera) y otras muchas actividades que las posibilidades y la mente de cada uno es capaz de descubrir.

Pero lo más triste está fuera: las calles vacías, las playas y las montañas desiertas y los hospitales llenos, demasiado llenos de gente que trabaja y sobre todo de pacientes que sufren, que dudan, que padecen soledad y en más de diez mil casos, que mueren. Mueren en la UCI, mueren en las residencias, mueren hasta en sus casas, pero al final mueren, mayoritariamente en soledad, sin la mano y la mirada alentadora del hijo, del nieto, del hermano y del familiar, al que el médico o enfermero (por bien que lo haga, que lo hace) nunca podrá suplir.

Hoy, como tarea de mi trabajo, he podido hablar con muchos de mis alumnos o sus familias y una de ellas me ha devuelto a otra realidad que muchas veces no somos capaces de ver desde nuestro encierro. Esto, nosotros, ya lo vivimos hace 3 años en Venezuela, me decían con una alegría y un cariño que les agradezco. Allí no teníamos luz, teléfono, internet y muchos días, al salir a comprar, tampoco comida. Eso sí que fue nuestro confinamiento con muchos problemas. Lo que vivimos en España no es bueno, pero nada tiene que ver con aquello. Nosotros estamos felices si no caemos enfermos. Inténtelo usted también, por favor.

Gracias, mil gracias por estas palabras que me han animado y han hecho que desde aquí, desde Barcelona, quiera enviar todo mi cariño para los familiares que hoy no veré en León, en Valbuena. Un abrazo (virtual) para los amigos y demás gente de esa maravillosa tierra leonesa que estará en mi mente, pero no en mi proximidad, ni en mis retinas, en estos días de vacaciones para muchos.

Y un deseo, desde esta ciudad tan bonita, Barcelona, foco de tanta polémica en fechas pasadas. Un deseo con los ojos puestos en los verdes árboles de la montaña de Montjuic, alegre naturaleza desde mi ventana: que este confinamiento, este dolor, esta ansiedad y esta incertidumbre nos sirvan a todos para discernir lo que realmente es importante y cómo no, para darnos cuenta (por muy estrecha que sea a veces nuestra mente) de que el virus nos hizo, o nos hará comprender lo iguales que somos, las pocas fronteras que existen, los temores que nos unen y los remedios que, JUNTOS, tendremos que buscar.
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