22/04/2021
 Actualizado a 22/04/2021
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Dado que mañana es el Día del Libro, no parece demasiado forzado aprovechar este hueco en la página 19 para hablarles de uno que he terminado esta misma semana: ‘La Policía de la Memoria’. Se trata de una novela distópica ambientada en una isla en la que sus habitantes están acostumbrados a perder continuamente el recuerdo de algo. Una mañana desaparecen las rosas, a la siguiente los calendarios, en otra los sombreros. Realidades y objetos que se van para no volver y con los que también se esfuman las emociones y vivencias asociadas a los mismos.

Como toda distopía, esta no deja de ser un ejercicio de llevar al extremo vicios cotidianos. Así, al volver la vista a las guías de páginas amarillas, los helados de corte y la ropa interior de color carne, la ficción no parece tan descabellada: olvido que se recuerda y recuerdos que se olvidan. El progreso nos somete a un frenético ritmo de modas, adelantos e informaciones que termina por crear un corrosivo vórtice de tendencias efímeras, cachivaches obsolescentes y estados de opinión maleables. Las formas de vida en ‘time-lapse’ nos susurran que nada dura lo suficiente como para que merezca la pena ser recordado.

La casquería tecnológica de anteayer ya sigue la misma suerte que décadas atrás corrieron las medias fanegas, los yugos y todos los aperos de una vida más sufrida. Nada escapa al sumidero de la desmemoria. Ni siquiera las sensaciones. Ni el subidón de la página 202 del Teletexto parpadeando con el gol de tu equipo ni la impotencia ante un mapa de carreteras que debería guiarte hasta tus vacaciones en Peñíscola. Ni el suave tacto de abrir una carta escrita a mano ni el áspero sabor del primer trago de un cubalibre en vaso de tubo.

Y es que ante tanta desmemoria solo nos queda la ‘recordanza’, ese vocablo leonés al que también llegó el olvido y que designaba la nostalgia por aquello que ya se fue. Solo nos queda esa costumbre tan nuestra de guardar testimonio de lo que un día nos hizo felices, desdichados o sencillamente humanos. Preservar lo que fuimos, vivirlo de nuevo. Una ‘recordanza’ que toma infinitas formas y caminos, pero que solo responde a un nombre: literatura. La única capaz de hacer frente al poderoso enemigo del paso del tiempo como custodio de los recuerdos, como centinela de la historia. La misma literatura que salva el ayer, que nos alimenta hoy y que se celebra mañana.
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