13/05/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Una de las principales preocupaciones del fin de ETA essaber quién se adueña ahora del relato. Se celebró una especie de funeral surrealista en el que todos los que acudieron vinieron a decir que el muerto de alguna manera sigue vivo y todos los que no acudieron presumen de haberlo matado cada uno de ellos. Ninguno reconoce, en cambio, que la llegada de unos bárbaros musulmanes le quitó todo el protagonismo a unos bárbaros vascos, y de paso nos hizo a todos los demás preguntarnos hasta dónde puede llegar realmente una auténtica barbaridad. Tampoco se sabe nada, por ejemplo, de aquellos catalanes que antes del verano pasado quemaban autobuses en Barcelona porque no querían turistas en su ciudad, y que se diluyeron como presunto comando terrorista justo en el momento en que una furgoneta arrasó Las Ramblas y demostró lo que puede llegar a provocar el odio. No faltará quién diga que el fin de aquella turismofobia fue un éxito del incansable trabajo de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, y no faltará tampoco quién pregunte de qué Estado estamos hablando. Para haber torturado a todos los habitantes de este país durante décadas, el fin de ETA ha ocupado en los medios de comunicación aproximadamente la mitad del tiempo y espacio que los errores del árbitro en el último Barça-Madrid y exactamente una cuarta parte que la pareja de efebos que nos representa en Eurovisión, de modo que, más que preocuparse por quién relata, quizá habría que preocuparse por quién escucha... si es que queda alguien que a estas alturas lea o escuche antes de descargar su opinión a los cuatro vientos y las cuarenta redes sociales. El dueño del relato puede utilizar el nombre del terrorismo, del machismo o del franquismo en vano sin que importe demasiado porque ya sólo le escuchan los que le dan la razón desde el mismo momento en que coge aire para hablar. Así, hemos tenido que soportar que Cospedal dijera que los ataques al máster de Cifuentes eran puro machismo, o que Rajoy considere que hablar del abierto enfrentamiento entre sus dos pérfidas de cabecera es también machismo. Machismo sobre machismo. Entre todos y todas, lo que consiguen es insultar a quienes verdaderamente lo padecen. Tan dañino puede resultar el machismo como quien se cree con la potestad de decidir lo que es machismo y lo que no, y suele ser machismo todo lo que no sea darle la razón. Algo parecido ha hecho con el concepto franquismo el senador Carles Mulet, el mismo que pidió al Gobierno que le especificara cuál sería el protocolo ante un apocalipsis zombi y, por seguir con preguntas que sólo le hacían gracia a él, si se estaba empleado mortero bastardo o tierno en la obra de la Plaza del Grano o por qué no hay traductores de leonés en nuestras instituciones. Una senadora de Foro Asturias presentó esta semana una moción en la que solicitaba la emisión de un sello y una moneda conmemorativa de la coronación de la Virgen de Covadonga y del origen del Reino de Asturias y de España con don Pelayo, y el representante de Compromís le respondió que era una propuesta «rancia» porque el tal Pelayo había sido un «franquista». No debe de saber Mulet que murió 1.155 años antes de que naciera del dictador ni que, al otro lado del Negrón, si se ponen, son capaces de encontrar los antepasados asturianos a 40 de los 50 primeros seleccionados en el Draft de la NBA. Como para explicarles a unos y a otros, a unas y a otras, a quienes se creen en propiedad de todos los relatos, que Pelayo y su Reconquista en realidad no nacieron en Covadonga sino en el valle leonés de Sajambre.
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