Reciclando la vida

02/02/2022
 Actualizado a 02/02/2022
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Hubo un tiempo, y no lejano, en el que el plástico era una excentricidad pues todo se envolvía en las hojas viejas del periódico —y qué bien nos venía en el gremio—. Se comía todo lo que iba en el interior y el envoltorio era excelente alimento para las primeras llamas de la cocina o la chimenea.

Hubo un tiempo, y no lejano, que nada sobraba. Y loque no comía el perro era alimento de las llamas y este sobrante se convertía en calor, que buena falta hacía en aquellas casas en las que la lumbre se prendía al amanecer y se le echaban unos troncos de roble o haya antes de marchar para la cama. Con una piedra del río, que había pasado el día acumulando calor en el horno, para calentar los pies al meterse en la cama. Llevábamos la piedra envuelta en papel de periódico —y qué bien nos venía en el gremio— para que no quemara ni los pies ni las sábanas.

La bolsa de basura no existía. El cubo de la basura no existía.

Y los hijos de aquellos tiempos en los que se reciclaba la vida lo siguen haciendo. Y todo vale para el convento. El cuerno puede ser tiesto, el gachapo puede ser cuerno, la cornamenta del ciervo puede ser perchero, la llave quiere ser adorno, dos picos serán lámpara, el trillo hará de mesa y la herradura será amuleto...

Reciclando la vida para que no acabe en la basura.
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