Rebeldes y bercianos (II)

Manuel Girón era jornalero y de humilde linaje, sin dotes oratorias ni formación destacable. No obstante, atesoraba unas virtudes poco frecuentes

Marcelino B. Taboada
19/11/2017
 Actualizado a 16/09/2019
Imagen del Frente Asturias con Girón entre sus integrantes.
Imagen del Frente Asturias con Girón entre sus integrantes.
Manuel Girón se caracterizaba por su maestría en el arte de la caza, su conocimiento del terreno y su agilidad y maña a fin de librarse de cualquier peligro (intuición o sexto sentido singularmente desarrollado). Por añadidura, se convertiría en referente señero por su habilidad para avenir a las personas a su mando, resaltando su empatía y el carisma sereno y calmado que transmitía en sus acciones y comportamientos.

En unos tiempos convulsos ‒ los de posguerra ‒ este tipo de talante, en medio de todo un complejo entramado de correos, delatores, confidentes, infiltrados, enlaces,… era fundamental e indispensable para sobrevivir. Lo que llama la atención respecto a este personaje disidente, rebelde, fiel a sus principios y empujado a una vida de fugitivo y forajido, es su persistencia en crear la insurgencia al régimen a través de una federación de huidos (por obligación y circunstancias personales) en el área noroeste galaico-leonesa. Demostrando ser en todo momento un berciano amante de su ámbito local, no admitió su exilio a Francia (ni tras la rendición del Frente de Asturias ni a escasas fechas de su fallecimiento mediante un asesinato innoble y execrable).

Recordemos en este punto que a nivel global, en octubre de 1.944, todavía se intentó una estrategia de establecimiento de una punta de lanza republicana en la Península, gracias a la incursión abortada en los frentes transfronterizos próximos a Euskadi, Navarra y que ocuparon ‒ en torno a un intervalo de una sola semana ‒ la Vall d´Aran, siendo tal tentativa rechazada por las fuerzas regulares adictas al nuevo poder autocrático.«Girón vive o el hombre que murió tres veces».El inicio de esta proclama o soflama se presentaba a la vista pública en ciertos muros o vallas ponferradinas no ha muchos años (permaneciendo ahora semiborrada en contadísimos lugares). Es, por tanto, un exponente claro de que Manuel Girón Bazán – en opinión y a criterio de las clases populares – ha pasado ya a desempeñar la condición de «mito» en el imaginario colectivo. Según el razonamiento netamente progresista y debido a argumentaciones influenciadas por espectros ideológicos determinados, su figura alcanza el honor de «luchador por la libertad y a favor del pueblo» - en positivo – o, en la tesitura contraria, el reproche de haber actuado en calidad de «irredento y cruel delincuente, asaltante, huido o bandolero». Hasta incluso se adopta, en otros ambientes preferentemente asépticos o escépticos, una postura ambigua, ambivalente: se vislumbran así en su personalidad, en consecuencia, las dos caras opuestas consideradas conforme a las etapas evolutivas de su trayectoria vital.

Precedentemente a su óbito material, se le declaró fallecido en otras dos ocasiones: la que abre la cuenta transcurrió en Castropodame, al confundirse su persona con otro miembro de su banda antifranquista y cuando se aprestaban a asaltar la vivienda del médico (su propósito era exigir una especie de impuesto revolucionario a cobrar), intento fallido. Su misma hermana ratificaría su muerte en un reconocimiento forzado, a sabiendas de su error; y la segunda noticia del deceso cierto se produjo en las inmediaciones de la población de Vega de Espinareda, leyendo el anunciado difunto su esquela funeraria en un bar de Encinedo y registrándose esta aguardada ‘variación’ (por las autoridades al efecto) en el registro correspondiente, haciéndose eco de la noticia los medios de comunicación. La equivocación, en cambio, no tardaría en descubrirse.

Y, si se pretende magnificar esta connotación consustancial al ‘maqui’ legendario, se debe asimismo sumar aquella operación cuyo objetivo era acosar y rodear al fornido combatiente (que ya adquiría tintes obsesivos en el seno del cuerpo de la Guardia Civil). En Porto, localidad sanabresa y aledaña a la frontera portuguesa, un miembro de la partida de perseguidos fue hallado muerto y se suponía que el triste suceso se explicaba por el erróneo manejo de una bomba de mano (granada). El testimonio autorizado de un reportero, la confusión al reconocer la imagen difundida y otro relato adicional confirmatorio concluyeron en una identificación equivocada.

Y, de esta manera, el inmortal Girón revivió unos meses después y contradijo la hipótesis que se había oficialmente mantenido. Y la fama del siempre resucitado, en las múltiples ocasiones, continuaba incrementándose y se consolidaban las versiones encontradas y antinómicas: a juicio de unos, la indispensable liquidación de los resistentes correspondía al orden creado por los vencedores y era imprescindible. Por tanto, estos mantenían que las brigadillas de agentes armados se emplearan intensamente a represaliar (formando grupos entrenados al efecto) y sus escarmientos alcanzaran cotas inimaginables. Esta pretensión se hallaba, en sentido opuesto, contrarrestada por la colaboración de las gentes que estimaban a los ‘escapados’ y, además, convivían con ellos con relativa naturalidad, considerándolos revestidos de una honradez, entereza, confianza, capacidad de sufrimiento y lealtad extraordinarias. La misma que no le profesó su ejecutor postrero a traición, con alevosía, prevaliéndose de una distinción y aprecio que no merecía.

El traidor y sanguinario Cañueto ‒ infiltrado y fruto de una estratagema minuciosamente elaborada ‒ se beneficiaría entonces de una apreciable relajaciónde las cautelas cotidianas y acabó con el incipiente héroe, beneficiándose de la ausencia de sus compañeros, protectores incondicionales y asistentes o mutuos vigilantes y guardaespaldas. Los avatares propios de la vida predeterminaron y condujeron, en principio, al «León de Salas» a tener que abandonar su lugar de residencia, ante la amenaza de las hordas falangistas. Y, en su trayectoria existencial, se relatan puntuales sucesos que alimentan su fama de hombre excepcional.

Se instaló en la Sierra de la Calva (en Zamora, rayando este área montañosa con Ourense y oteando Peña Trevinca) pero su campo de actuación, lógicamente, abarcaba un considerable espacio: comprendía también las comarcas de O Bolo y Valdeorras (en Galicia) y El Bierzo y La Cabrera (en León), fundamentalmente. Su carácter y personalidad reflejaban una seriedad, adustez ytemperamento especiales, su carácter demostraba fortaleza, su mirada traslucía sinceridad, a la vez que severidad y convicción, estaba dotado de una innata facilidad para la empatía en grado notable y se patentizaba este rasgo cualitativo en el trato con sus semejantes u homónimos (jornaleros, campesinos, cavadores de viñas y cultivos diversos…). Además, por último, articuló una red de correos, enlaces y refugios que lo blindaban de los ataques de las fuerzas del orden (ante todo, de la Benemérita consagrada a su captura).

Su sagacidad y astucia eran notorias pero no le evitaron sufrir un desenlace final indigno y algo sorprendente, el que acabaría con su azarosa vida (acompañado por simplemente media docena de adeptos y su pareja incondicional, Alida). En la etapa, inmersa en la Guerra Civil, se asoció el gran Girón a sus compatriotas republicanos de Galicia y Asturias, desplazándose e insertándose durante un breve intervalo de tiempo en el Frente de Asturias. Habiendo regresado a su tierra, continuaría con su tarea o labor ‒ propia de un represaliado y con la amenaza típica de un significado confeso y convicto (al no disponer de otra opción) – ante la represión imperante.

Una segunda fase comenzaría después de la muerte de su estimado hermano, víctima de una bala perdida en 1941. Esta desgraciada incidencia marcaría una especie de punto de inflexión, con un declive paulatino e insensible de las posibilidades de subsistencia de la guerrilla. Y el resto, ya se sabe, pues la mayoría de los ‘maquis’ buscarían acomodo en Francia o Portugal, apremiados por una emigración inaplazable. Otros – bastantes – padecerían persecución, la iniquidad e injusticia del régimen dictatorial o, sencillamente, perecerían en su empeño de reintegración social.

En esta parcela tan delicada y compleja, deseo traer a colación los inmejorables y vastos estudios e investigaciones completados por el excelente escritor, estudioso, político analista y uno de los principales impulsores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (en sus albores prístinos): Santiago Macías). En este campo de reconciliación nacional resta aún un itinerario a recorrer y un arduo trabajo a implementar, en variados aspectos a los efectos de «dar por regularizado un período clave que afecta a la convivencia democrática»: la rehabilitación de los paseados y fusilados en la revancha que significó la depuración y tortura selectiva practicada en el dilatado lapso fascista padecido, la exhumación de los cuerpos acumulados en fosas comunes, la promoción de una actitud de intolerancia radical de los ciudadanos hacia celebraciones y conmemoraciones que se asocien a una apología de la ignominia y ante la tergiversación de acontecimientos criminales, por parte una minoría extremista y triunfadora, la consecución de una normalidad respetuosa a la hora de comentar la intrahistoria reciente de cualquier comunidad diversa,… En definitiva,urge una reconciliación real y una transmisión de una verdad objetiva a las generaciones futuras.

Y no me quiero despedir esta vez sin acoger la necesidad de consensuar una interpretación plural en torno al período autoritario o franquista por el que atravesaron dos generaciones, como mínimo, de nuestros adultos mayores. Y, en otro espacio de implicaciones culturales, es estrictamente inaplazable reescribir la deriva «incivil» de la posguerra y los excesos de los vencedores en función de los resultados de la Segunda Guerra Mundial, de la situación geoestratégica especial de España en el marco mundial y de otros fenómenos: la autarquía, el nacionacatolismo, el aperturismo tardío, la tecnocracia tardofranquista, el turismo, el exilio intelectual (interior y exterior) y la censura, incluso los ensayos o anhelos precipitados de reinstaurar la República ... Y es que no hay medida más provechosa y eficaz, que trate de cicatrizar las heridas de un pasado tan doloroso y cercano, que sopesar los elementos fácticos en distintos contextos: histórico, social, económico, diplomático, político-religioso, militar, demográfico...
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