Rebeldes y bercianos (I)

Es preciso entender mejor el universo de las dos figuras a considerar, Ángel Pestaña y Manuel Girón partiendo de su experiencia vital y de las vicisitudes que les afectaron de modo radical

Marcelino B. Taboada
15/10/2017
 Actualizado a 11/09/2019
Imagen de Ángel Pestaña, uno de los ‘Rebeldes y bercianos’.
Imagen de Ángel Pestaña, uno de los ‘Rebeldes y bercianos’.
Ambos exponentes bercianos, Ángel Pestaña y Manuel Girón son, sin duda, un ejemplo surgido del ámbito convivencial y conflictivo en que les tocó desarrollar su actividad (compuesto por una serie de coerciones, amenazas, persecuciones y constricciones), en situaciones específicas e injustas. Se trata, lógicamente, de un par de señeros líderes, más o menos reconocidos, de la época contemporánea: el sindicalista anarquista Ángel Pestaña y el guerrillero del pueblo «huido» o temido y pródigo bandolero, en función de interpretaciones divergentes, Manuel Girón (el león de Salas).

Si algo no discutible enlaza a estos «pseudomitos», o hasta imprescindibles actores en su campo ideológico o reaccionario, se subsume en que coincidieron en el hito tal vez más doloroso de la era moderna española: la Guerra Civil. Mas el primero se sitúa por lo que atañe a su influencia y protagonismo, fundamentalmente, en los años 20 y preguerra; y el segundo aludido es un componente esencial de la represión de postguerra y la depuración de los «maquis» o insurrectos escapados a través de las escarpadas montañas bercianas, cabreiresas y sus aledañas. En esta entrega nos remitiremos a la tarea imprescindible realizada por Ángel Pestaña, cuyo estudio prolijo finalizó en buena parte en los años 70 del pasado siglo (tal vez por falta de interés posterior).

En esta tesitura recuerdo que, en el curso 1974/75, todavía Aniceto Núñez ‒ eximio profesor ‒ efectuaba una exégesis de este revolucionario, aprovechando la materia filosófica que correspondía a una indagación sobre la teoría política y dialéctica del movimiento ácrata. Ante la constatación de no ser necesario proceder a una profundización en torno a esta temática, ni tampoco extenderse en los datos clave biográficos del luchador en trance de un tratamiento somero, simplemente se enumerarán ciertos detalles ilustrativos de su temperamento, pensamiento y responsabilidades. Con ello, tomando razón de la distribución en capítulos, se traslada la aproximación a la recientemente rescatada enseña de la Memoria Histórica de la resistencia guerrillera (a la cual le resta percibir, en justicia, un mayor apoyo y comprensión) para ser objeto de otra entrega .

Ya se ha antes expresado la forma de enfocar la trascendencia de Ángel Pestaña «de acción, idealista y de una consecuencia e integridad extraordinarias». A grandes trazos, por tanto, se completará una semblanza no exacta, aunque ilustrativa. En su periplo existencial destaca sobremanera la precariedad a que se vio sometido desde su infancia: padre alcohólico, realmente huérfano y abandonado a su suerte a sus 14 años (adolescencia y juventud en ciernes, frustradas), empleado en la mina a la temprana edad de 10 años, sometido y vejado debido tutoría de un tío alcohólico y mujeriego que le prodiga malos tratos, destinado y explotado en numerosas faenas mal pagadas y, con frecuencia, penosas o degradantes, asaltado por sus incipientes deseos considerados revolucionarios (verbigracia: su reivindicación de la jornada de 8 horas en el sector siderometalúrgico vasco, que le vale ya una reprensión o castigo inicial cuando transcurría el año 1.901).

Lógicamente, como se podrá comprender, su formación reglada no encontró posibilidad alguna de implementarse. En cambio, su capacidad de aprendizaje autodidacta resaltaba con una intensidad y aprovechamiento admirables. Sobre todo, durante el quinquenio que pasó en Argel ejerciendo la profesión de relojero (1909-1914), se empapó con libros que contenían un matiz ideológico potencionalmente ‘antisistema’. Esta actitud le permitiría posteriormente imponerse y convencer con su oratoria, basada en un recopilatorio de argumentos incontrovertibles, a los adeptos a la Confederación Nacional del Trabajo (C. N. T.) y ser apreciado y considerado, al mismo tiempo, a título de persona cabal, competente, en quien confiar y a seguir en sus convicciones, sin vacilaciones ni dilación.

Nuestro sindicalista emblemático acogía en su personalidad profunda unos rasgos que le suponían un incontrovertible carisma atractivo: su carácter, austero, adusto, prodigaba seguridad, serenidad y fortaleza; su moralidad intachable se mostraba mediante una modestia no exenta de una honorabilidad suma, de una sinceridad y constancia permanentes, en un discurso que se articulaba en torno a ideas defendidas a base de un sinnúmero de argumentos, lógica experiencial y oratoria fluida y contundente; y, en lo que afecta a su contribución escrita y documental, sus textos contienen un conjunto de opiniones cuya procedencia y autenticidad adquiere tintes decisivos.

Aunque su andadura le llevó a recorrer varias regiones del norte de España (tras la senda de su padre) ‒ y asimismo a desempeñar oficios ofertados (y dotados de una cierta provisionalidad) en el extranjero ‒, su encomiable y primordial ‘faena’ de libertario la realizó en Barcelona. Y en esta ubicación, sencillamente y con la recopilación de una mínima nómina de hechos remarcables en los que participó ‒ a modo de impulsor o copartícipe ‒, queda contrastada la apreciación entrecomillada: Huelga General de 1917, la interminable serie de personajes con los que compartió en su trayectoria y que alcanzarían la condición de políticos determinantes (Indalecio Prieto, Pablo Iglesias, Francesc Macià, Lluís Companys y una amplia lista de dirigentes,…), se intentó relacionar con Manuel Azaña (1.932), se codeó con la feminista Federica Montseny o con sus competidores u opositores de la Federación Anarquista Ibérica (F. A. I.): García Oliver, Buenaventura Durruti,…

Su prestigio se elevó progresivamente hasta unas altas cotas y su vitalismo y dinamismo brillaban por doquier. Se halló encarcelado o detenido en 40 ocasiones (un par de ellas en París y Roma, respectivamente). Se acabó poniendo precio a su cabeza (23.000 pesetas de la época), escapando a las contingencias más intrincadas y peligrosas. Por otro lado, recibiría finalmente por encargo un tiro en Manresa (1.922), de alguno de los frecuentes miembros ‒ contratados a sueldo, ‘ex profeso’ ‒ pertenecientes al bando de los sicarios o pistoleros al servicio de la mafia empresarial (salvó milagrosamente, contra cualquier augurio nefasto y un asedio al centro asistencial con la consigna de liquidarlo). En este terreno, amparado por su compañero indisociable Seguí, se oponía tenazmente a la ‘acción directa’ de la clase obrera y distinguía entre las fuerzas del orden o policía gubernamental y el uso de la fuerza que propugnaban los agentes sociales: patronos y sindicatos anarquistas o extremistas. La susodicha de clase o «autodefensa» la declaraba proscrita de las tácticas a usar habitualmente.

Su creencia en los dogmas e ideas que compartía le crearon enemigos interesados. Por ejemplo, una vez que tuvo la oportunidad de asistir al II Congreso (relacionado con la III Internacional, en Moscú, discurriendo el año 1.920) rechazó la integración de la Confederación Nacional del Trabajo (C. N. T.) en este ámbito denominado revolucionario. Aun ‒ y justamente predicando la diferencia sustancial entre «golpe de Estado», con la meta de conquistar y acceder al poder, y rebelión de espectro popular mayoritaria que sí mudaría, en su caso, en un grado considerable la organización y los equilibrios de un poder inicuo ‒ a costa de granjearse voces discordantes y descalificadoras, se sirvió (con una proverbial prudencia) de su olfato fino y de una intuición sorprendente.

Advirtió que el clima observado en su cita soviética no era el adecuado: las resoluciones ya estaban adoptadas de antemano «entre bambalinas»; la nomenclatura utilizaba sus armas, estrategias y tácticas y todo se encontraba prejuzgado y aceptado previamente y por unanimidad. El autoritarismo, en aspectos y elementos axiales, imperaba absolutamente. Y, por si esto no bastara, de lo que se trataba con la expansión de los presupuestos de un régimen totalitario se saldaba, acto seguido, con la elaboración de una trama o correa de transmisión (sin opción de disentir o plantear tan siquiera un debate) de grupos o agrupaciones de trabajadores, siempre bajo el mandato y la égida comunista. O sea, se deseaba acumular un conjunto de satélites subsidiarios capaces de efectuar un expansionismo uniformizador. Una de las satisfacciones, en cambio, de este complicado viaje al Este se reflejó en su reconocimiento y entrevista presencial «vis a vis», respecto a los imprescindibles adalides de la ideología comunista: Lenin, Trotsky y, en aquellos instantes memorables, Zinoviev. Y, por añadidura, dos obras autobiográficas patentizarían pormenorizadamente estos anhelados encuentros.

Ahora bien, el punto de inflexión que significó un retroceso irreversible, en fama y protagonismo de nuestro valiente guerrero intelectual y ejemplar persona, se plasmó con su adhesión al Manifiesto de los Treinta (1.931). Si, desaparecido su «alter ego» Seguí (que era visto a modo de más puramente de «extracción cenetista» y dogmático estricto), Pestaña sufrió un proceso de maduración, sensatez (huyendo de utopías) y moderación. Es posible que este cambio insospechado se explicara o disculpara por la edad (o, más bien, sus carencias o achaques en el campo de su ya decadente e intermitente buena salud). Es decir, si su presencia en el conflicto de la Canadiense (1.918-19), el enfrentamiento rotundo al dictador Primo de Rivera (1.923) y la intranscendente, por extemporánea o redundante, renuncia a consensuar o rechazo a servir de soporte y cobertura a su proyecto (1.932) o su ascenso a la dirección del órgano propagandístico y doctrinario de la C. N. T. ‒ Solidaridad Obrera ‒ elevó su posición. Su obra literaria no genera demasiado entusiasmo por su calidad (apenas el libreto de una comedia y un libro de narrativa materializados) pero sus publicaciones netamente de tema anarcosindicalista se revalorizarían.Destaca su interés por su origen espacial y comarcal.

En una correspondencia epistolar, en respuesta a las inquietudes de un tío suyo de Posada, apostilla que el Bierzo es una tierra rica, con suficientes recursos. Se lamenta de que no se dediquen los representantes a reclamar la pronta construcción del Canal, se refiere a la cantidad de praderías aptas para una ganadería pujante, denuncia la incuria o indolencia de los pobladores , sobre todo, insiste en lo pernicioso de la práctica y subsistencia del ‘caciquismo. Es de ley acordarse de este prohombrenacido enSanto Tomás de las Ollas.
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