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Realismo y agradecimiento

03/02/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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Hay hechos que no admiten discusión, excepto para ciertas ideologías nada inciertas, que son las que dominan el cotarro mediático. Estas se empeñan en manipular lo que convenga para salirse con su tesis de que toda acción social que provenga de la Iglesia es mangoneo y adoctrinamiento, si no barra libre para concretas aberraciones morales, que ya ni cito para no hacer el caldo gordo a quienes las airean.

El dato obvio es que si hoy, en nuestras diócesis y provincia, somos lo que somos, es en gran medida (barajen porcentajes, según se coloquen en la feria de las opiniones) por lo que han aportado a comarcas, barrios, familias y personas las instituciones de la Iglesia. León sería otro sin las obras de promoción de la cultura y de la solidaridad que pusieron en marcha Don Marcelo y el obispo Almarcha, sin los colegios en los que se podía hallar el vellocino de la sabiduría y ésta como clave para acertar con el sentido pleno de la vida, sin los Seminarios diocesanos (y no hagamos ley general de lo que fue excepción lamentable) y los noviciados religiosos, sin Cosamai y la Escuela de Trabajo Social, sin el Hospital de la Reina y la Obra Hospitalaria de Regla, sin Proyecto Hombre en Cubillos del Sil o en la calle Dámaso Merino de la capital, sin la guardería de las Estigmatinas en Astorga y el internado de las Dominicas en Cistierna, sin los colegios en La Nora del Río y en Santa Lucía de Gordón, sin las asuncionistas en las periferias de Flores del Sil y Las Ventas de Nava. Mucho más podría citarse. Que me disculpen quienes no hayan sido aludidos y que sin embargo reconozco que tienen méritos más que sobrados para ver aquí acogido su nombre propio.

Limitémonos a ofrecer una sonrisa de gratitud y una palmada de ánimo a quienes están festejando alguna efeméride especial. Como, por ejemplo, el Instituto Marista, que llegó ahora hace cien años a nuestras tierras, o las Agustinas Misioneras (de aquí salió la beata mártir Esther Paniagua) que están celebrando los setenta y cinco años de su arribada, o el cincuentenario de la apertura del magnífico y ejemplar Hospital de San Juan de Dios, obra personalísima de la Orden Hospitalaria que cuenta con muchas vocaciones leonesas, o los también cincuenta años que cumple y celebra justamente en estos días el Centro Don Bosco, que se adelantó a dar vida a las eras pantanosas de Armunia y fue hogar en el que se fraguaron con calidad vocaciones eclesiales y laicales. No es cosa de nostalgia. Es cuestión de realismo. Y de agradecimiento. Dicho queda.
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