10/05/2021
 Actualizado a 10/05/2021
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No hay alternativa. Para soportar la vida serán muchos los que se vean obligados a elegir entre dos opciones: aferrarse a lo que hay, y conformarse a convivir con ello (es decir: aceptar la derrota); u optar por lo que pudo haber sido, (continuar soñando con otro tipo de sociedad, mucho más equitativa). La realidad tiene pocos amigos. Es muy fosca. Lo que importa es la leyenda. Ella no nos falla nunca.

Según Irene Vallejo (la de ‘El infinito en un junco’) lo primero está en La Ilíada y lo segundo en La Odisea, ambas de Homero. En la primera el héroe se decide a pelear en busca de la fama y la fortuna; y en la segunda el protagonista emprende una huida por los procelosos mares remotos en busca de aventuras. Y es ella misma, Vallejo, la que aporta una sentencia que atribuye al cineasta John Ford, a propósito de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ : «En el Oeste cuando los hechos se convierten en leyenda hay que imprimir la leyenda».

He ahí, pues, la cuestión: Que los hechos se conviertan en leyenda para así pasar a ser de interés para todos los públicos. Y ahí aparece la literatura. Y ahí aparece el escritor, como transformador de lo común en extraordinario, y de lo habitual en fenómeno de masas. Y el pintor presentándonos un paisaje que no existe tal cual en ninguna parte, pero que a todos invita a adentrarse y descansar en su melancolía. Y el músico haciéndonos escuchar el canto de un ruiseñor que contamina nuestra memoria de añoranzas y aniquila nuestra angustia. Transformadores de la realidad, encantadores de serpientes, vendedores de humo, malabaristas, vendedores de biblias, predicadores de dioses únicos, políticos… Eso es lo que buscan muchos en tiempos de pandemia. Lo que necesitan poetas en medio del desasosiego.

Y para aquellos que nos tachen de retrógrados o antiguos, sepan que nada hay más actual que la mentira, renovable cada día «la realidad es muchísimo más antigua que la leyenda».
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