05/02/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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El domingo pasado, el director de esto explicaba la diferencia que hay entre un escritor y un periodista. El primero fantasea con sus demonios (en definitiva no dice la verdad ni al médico), mientras el segundo debe de contar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. David, al final de su artículo, viene a explicar que en esta provincia y en este país, todo se confunde, todo se mezcla y nadie sabe si está contando una novela o una noticia. La realidad y la ficción unidas de la mano en una hermandad que vuelve locos a los mortales. Nada nuevo bajo el sol. García Márquez, seguramente el escritor más influyente en castellano en el pasado siglo, contaba que lo que él decía en sus libros, el realismo mágico, era, en realidad, una realidad muy atenuada de lo que sucedía en su entorno, en su familia, con sus amigos. Si llega a contar lo que de verdad sucedía, nadie le creería. O, siguiendo con los ejemplos, si Camilo José Cela, un extraordinario escritor, dejando aparte lo que hizo en su vida privada (era un delator del primer franquismo), seguro que atenuó los retratos de alguno de los personajes que conoció en sus viajes por la vieja piel de toro en aquella España de penitencia de las post-guerra; seguro que el cura de San Fernando, al que le llevan los cojones cuatro bueyes y van sudando, en realidad tenía también lo otro en proporción, como el de negros que manda todo dios por el whatsapp y que uno no entiende porque lo hacen: ¡con la envidia que dan!
Hoy, a estas horas, el Reloj del Juicio Final está a tres minutos de la medianoche. Los periodistas casi nunca lo mencionan. No es noticia, por lo visto, aunque es una realidad. Entre el cambio climático, (que sí, que es cierto, que se está produciendo), y el tinglado de las armas atómicas, los conflictos regionales y las guerras de baja intensidad, lo que me extraña es que no esté a dos minutos o a uno de que todo se vaya a la porra. Los periodistas hablan, porque cada día hablan más y escriben menos, del juicio del puente de Triana, de la formación, o no, del gobierno, de los corruptos y de los partidos del fin de semana. Cosas sin duda serias, pero con una transcendencia muy limitada en el teatro del mundo. ¿Y los escritores?, ¿acaso ellos dan bola al tema? Tampoco. Se preocupan, como dice David, de contar a quien lo quiera leer, su «lucha interior», sus paranoias, sus miedos, sus anhelos. Hablan, seguramente porque no pueden hacer otra cosa, de sus problemas y casi nunca de los problemas de un planeta llamado Tierra. Uno, en su inocencia, cree que ya está bien. Uno, en su estupidez, desearía que dentro de cincuenta años, sus nietos pudieran seguir viviendo en la Tierra. Uno, en su perplejidad, piensa que todos los hombres piensan igual que él. Y no es verdad. Solamente, influencia muy negativa de un tipo llamado Simeone que para él tiene, se piensa en «el siguiente partido», en el día siguiente. A lo peor es que debe de ser así, aunque no lo creo. Además, el Simeone no ha inventado nada. Los romanos, hace dos mil años, decían eso tan socorrido del ‘Carpe Diem’: aprovecha el momento, vive al día. El problema es que los romanos, los galos o los astures sólo tenían miedo de que el cielo se les cayera en la cabeza. Ahora, además, nos tenemos que preocupar de las bombas y de la estupidez de quien nos dirige. Salud y anarquía.
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