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Raúl Guerra Garrido

14/04/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Veinte años después, cuando le conocí, Raúl Guerra Garrido me dijo, con cariño de paisano, que yo había sido tonto. Que mi timidez me había jugado una mala pasada. Se refería a la primavera de 1976. Yo era entonces un joven funcionario de Hacienda de 22 años, recién llegado a Donostia. Muy cerca de mi pensión, en la calle Marina, junto a la playa de la Concha, estaba la sede de una revista literaria: Kurpil. Vi el letrero, estuve a punto de entrar varias veces, pero no me atreví. Si lo hubiera hecho, si no hubiera sido tonto, como me diría Raúl en 1996, le habría conocido a él, que escribía en Kurpil, como también lo hacía Félix Maraña, otro leonés donostiarra.

Pero la vida fue por otro lado. En todo caso, lo importante es que Raúl Guerra, un berciano nacido en Madrid, ya había publicado entonces varias novelas importantes. Entre ellas, ‘Cacereño’, donde narra la vida marginal de los inmigrantes extremeños en la nacionalista, beata y clasista sociedad guipuzcoana de aquel tiempo, no sé si también de ahora. Tan famoso era Raúl en el País Vasco que hasta mi jefe de Hacienda, un señor apasionado por la contabilidad pública, me recomendó su novela.

Tuve ocasión, andando el tiempo, de conocer a Raúl, y a su gran mujer. Y de saber algunas cosas de su vida en el País Vasco, cosas privadas. Que las públicas fueron bien conocidas: le acosó el salvajismo secesionista, le quemaron la farmacia y tuvo que acabar marchándose de aquella ciudad tan bella, y tan abrumada por la barbarie étnico-religiosa de los asesinos de ETA; esos que ahora tratan de camuflar sus 900 muertos y su derrota con escandalosas equidistancias, con ignominia verbal bizantina. La que tanto comprende el PNV.

Guerra Garrido es un ejemplo viviente de tres grandezas: la honestidad, el talento y el valor. Sobre tan sólida base, él añade otra, no menos crucial: su condición eterna de niño del Bierzo; de niño memorioso que pasaba los veranos en la tierra de su padre, de sus abuelos. Niño hombre que ha escrito una obra narrativa llena de vida y de coraje. Obra que sigue creciendo año tras año. Raúl Guerra, ciertamente, se merece que el Bierzo le honre. No solo con el nombre de una calle, de dos o de cien. Sino con un homenaje cargado de presente, y de alegría. Raúl fue un héroe, y eso que esa palabra a él le parecería siempre un grandísimo disparate. Un héroe discreto e imprescindible. Un gran leonés, un orgullo para los leoneses. Para todos los que aman la España constitucional. Y la verdad.
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