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Ratón come queso

16/05/2021
 Actualizado a 16/05/2021
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Érase una vez un Ratón al que le gustaba el queso. Pero no cualquier queso. Como se jactaba de ser un digno Ratón y no un ratilla sin pedigrí, aunque distante y desconfiado como muchos ratones de León, era un roedor de hocico fino y no le valía cualquier quesete. Había probado maravillas por ahí, pero solo recordaba el nombre del que comió estando en las tierras extranjeras más salvajes, porque le alegró aquella aventura. Se llamaba Gran Reserva Dehesa de los Llanos, y era su referente, por ser además del tipo de queso español por excelencia, un manchego. Pero cuidado, Ratón siempre desconfió de los orígenes, pensaba que el pedigrí era una cuestión de esfuerzo, así se tratase del pedigrí ratonil o del quesero. Porque por mucha Indicación Geográfica Protegida que procedimentara la elaboración, no valía con ser de Valdeón, de Gruyère o de Parma para ser un quesazo, había también que ponerle alma.

Ratón tenía un amigo, muy querido, de nombre Ratontón que últimamente solo tenía ojos para lo provincial. Y como se tenía muy pateada su tierra, había visitado cada fábrica artesana dando tanto la turra que casi conocía los secretos de Aitalas, La Prada, Zarandiel, Praizal, La Presa y Facendera. Pero eso no impresionaba a Ratón, quien creía que su amigo estaba cegado por la amabilidad de los que le atendieron y no sabía distinguir los matices del panorama. No podía olvidar que la perdición de Ratontón era una cierta cremucia de queso, y un miomorfo entendido jamás optaría por dejar sus dientecitos parados, alimentándose a base de unte. Por mucha foto con pardas alpinas, cabras montesas o burras leonesas que se hiciese Ratontón últimamente, eso no le daba el bagaje bovino que le daba a Ratón haber bebido ya antes de su comunión un carro entero de lecheras a rebosar sin pasteurizar. Con Cola Cao, porque qué asco si no.

De quien hacía más caso Ratón era de Ratoncita. Fue ella quien le enseñó, por ejemplo, que si era capaz de levantar con la uña una viruta de la corteza de un queso sin esfuerzo, era señal de hongos naturales comestibles, así que para adentro y ñam ñam. Y aunque a ella le gustaban las cosas con pocas ínfulas pero buena materia, tienen pendiente un homenaje en un Cheese Bar que él conoce, donde además tiene previsto preguntar por el afinador de la casa, para que le explique cómo detecta que un queso está en su único y efímero pico de calidad y sabor, cuando los ratones pueden tener varios picos así a lo largo de su existencia, con permiso del Señor Gato.
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