Rajoy en León, por Julio Llamazares

Tribuna de opinión

Julio Llamazares
28/01/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Fue genial. Rajoy estuvo en León y lo único que salió de ello en los telediarios fueron unas declaraciones suyas sobre Cataluña. Ni una sola mención a los motivos de su presencia en León, que se supone que era enmendar su ofensa a los leoneses por ningunear su historia y conocer de primera mano los problemas de una provincia que se está cayendo a pedazos. Supongo que al alcalde le faltará tiempo para invitar a los directores de las televisiones a visitar la ciudad también para que se enteren de que existe.

Así que tuve que enterarme por la prensa provincial de los pormenores de la estancia de Mariano Rajoy en León, que, por lo que parece, consistió principalmente en sendas visitas a San Isidoro y al Incibe, el alfa y omega de nuestra reputada historia, y un paseo por la ciudad en el que nuestro presidente fue aclamado por nativos entusiastas (salvo por unos manifestantes con banderas ‘rosas’ al decir de uno de los policías que los vigilaban; a saber de dónde era el policía) que incluyó una parada en el Camarote Madrid para tomar un Ribera del Duero, típico vino de la provincia de León, y concluyó con una comida en el restaurante del Conde Luna, al parecer un digno representante de la tan cacareada este año gastronomía leonesa por mor de un nombramiento parecido al de la cuna del parlamentarismo por la Unesco cuyo olvido provocó que Rajoy se viera obligado a ir a León a comer. Espero que ahora no diga con motivo de otra visita a cualquier lugar que la capital gastronómica de España es Toledo.

Así que todos contentos: el alcalde de León (ese hombre que siempre sonríe, uno no sabe por qué), el presidente de Castilla y León (que fue el único, por cierto, que dijo algo concreto en los discursos protocolarios de recibimiento en San Isidoro: habló de las energías y de la reconversión minera), el presidente Rajoy (que cuando abandonó León seguramente se quedó dormido en el tren a resultas de la copiosa comida y soñó que había estado en Pontevedra), el séquito acompañante (que por un día no tuvieron que escuchar hablar de Puigdemont pese a lo que los telediarios dijeran luego) y todos esos políticos, politiquillos y asimilados de última hora que alargaban el cuello y se daban codazos en la procesión para estar cerca del presidente y que éste viera cómo le reían las gracias. Un éxito, pues, de la política leonesa y de los leoneses todos, que verán cómo ahora les llega el maná de las inversiones, prebendas e iniciativas que remediarán en un visto y no visto la decadencia en la que la ciudad se encuentra, con los jóvenes huyendo como las ratas de un barco que se hunde y los viejos esperando a Godot sentados en los jardines o paseando frente a las residencias. Y todo por una comida y unos billetes de AVE, que tampoco es tanto dinero, pues el presidente Rajoy, con su edad, tendrá la tarjeta dorada, supongo.
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