27/12/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Lo escribo en caliente, en frío y en templado. Al calor de las elecciones catalanas, que han vuelto a poner de manifiesto que el problema no es Cataluña, sino España. Que más de 44 millones estemos pendientes de 2 millones de independentistas que no quieren ser españoles, ese sí que es un problema de España; que una minoría separatista, antidemócrata y racista acapare, controle y condicione la política general, el funcionamiento del Estado, los telediarios, los periódicos digitales y papirofléxicos, la opinión de opinantes de todo pelo y pelaje..., eso sí que es un problema nacional. Que estornude Puigdemont, expele, escupa o insulte a España, y todos los medios le den la misma cobertura ¡informativa! que al discurso del Rey (bastante melifluo, por cierto), eso sí que es proeza psicotrópica.

La aberrante política informativa de los medios dominantes, incluidos los públicos, es uno de los factores que alimenta esa sobredimensión mediática del secesionismo, algo que le ha otorgado un poder inconcebible. Pero esto no sería posible sin otro factor más decisivo: el entreguismo, la claudicación, la pusilanimidad, pero también el colaboracionismo de los responsables de la política nacional desde la época del diluvio, y me refiero, por poner una fecha emblemática, a 1981, cuando empezó la lluvia fina del pujolismo, que los primeros observadores denunciamos en aquel ‘Manifiesto de los 2.300’ que redacté apresurada y premonitoriamente.

Y así, uno tras otro, llegamos a Rajoy, que ya ha superado a sus predecesores en estulticia, cobardía, entreguismo, incapacidad e irresponsabilidad punitiva. Lo he escrito, analizado y razonado en tantos artículos, acertando siempre en mis comedidas predicciones, que siento cierta preocupación por la poca eficacia de la palabra y la razón, si bien sé que el problema no está en la inutilidad de mi esfuerzo ni el de tantos, sino en el poco alcance de los medios que acogen nuestras esforzadas intervenciones. Vamos contra corriente, además. Yo, ahora, por ejemplo, contra todos los que no aceptan lo obvio: que el independentismo ha salido reforzado de estas atropelladas elecciones marianiles.

Me explicaré una vez más. Estamos en medio de una guerra, y en la guerra sólo hay dos posibilidades: o se gana o se pierde. A la mayoría nos espanta la guerra. Tiene su explicación: identificamos la guerra con los muertos, y hoy nadie quiere morir ni tener muertos cerca de su casa. Pero hay muchas formas de guerra. Lo propio de una sociedad como la nuestra es que, antes de llegar a una guerra cruenta, se produzcan muchas otras guerras: psicológicas, informativas, verbales, gestuales, simbólicas, económicas, de influencia, de control de la mente y las conciencias, de imposición y tiranía civil. Pero ninguna guerra es pacífica. El mayor éxito del independentismo es camuflar y teñir todas sus guerras de pacifismo. Porque ellos sí saben que esto es una guerra. Y que la pueden ganar, entre otras razones, porque los demás no se lo creen, y no se lo creen por miedo, porque están acobardados, titubean.

Rajoy, ni aplicó el 155, ni entendió nada de lo que había pasado y pasa en Cataluña. Y jamás entenderá que aquí sólo importa una cosa: que todos los españoles somos iguales, que nadie es más ni menos que nadie, y que la mayoría, o sea, todos los que trabajan y los que no pueden trabajar, los que trabajan por un salario de miseria y los que viven de una pensión igualmente de miseria, a todos nos interesa España porque es la única garantía de la unidad, la igualdad, el bien común, la paz y la convivencia fértil y confiada entre todos los españoles. Y que si eso se rompe, todo lo demás se va a pique.

Así que Rajoy ¡caput! Es mi deseo, es mi esperanza. Que desaparezca cuanto antes de escena, él y su partido, por inútil y falto de coraje. Porque anda como pollo sin cabeza. Porque va de cabeza, que es peor que ir de culo. Caput. Finis. Kaputt, en alemán, significa destruido, arruinado. Que nos nos arruine a todos. Hagamos valer la aritmética. Cambiemos radicalmente el relato, el cuento y las cuentas: 44 millones frente a 2. Y también, si lo enfocamos desde Cataluña: 2 millones frente a 5,5. Lo recuerdo: Cataluña, 7,5 millones de habitantes, 5,5 de votantes, de los que votaron 4,3 y se abstuvo 1 millón.

La democracia es el gobierno de todos para todos. Un gobernante democrático debe ocuparse, ante todo y sobre todo, de los más, de la mayoría. El problema, en Cataluña, no son esos 2 millones de fanatizados, sino los 5,5 restantes. A estos sí que hay que encajarlos en Cataluña y en España. Defenderlos, asegurar el ejercicio de sus derechos democráticos, no hacerles creer que esto se arregla con el compadreo, el cambalache, la reforma de la Constitución y demás señuelos pacificadores.
Lo más leído