20/10/2021
 Actualizado a 20/10/2021
Guardar
Diez años desde que ETA anunciara el cese definitivo de su terrorismo, «el cese definitivo de su actividad armada», diplomático eufemismo de su derrota por el Estado social y democrático de Derecho. Diez años sin el miedo a sus balas asesinas, a sus explosiones inmoladoras, a sus extorsiones. Diez años sin los atentados de ETA, el mayor y más miserable enemigo que ha tenido nuestra libertad y nuestra democracia, y aún los caballos de la pasión se encabritan ante el recuerdo de sus tantas acciones contra ellas. Y otra vez siento y sé cómo, parafraseando a Francisca Aguirre en su poema ‘Hace tiempo’, también titulo ‘Lección de historia de España’, «que los muertos nunca mueren», jamás se olvidan.

No escribo pues invadido de tristeza, pero tampoco con asomo alguno de alegría. Si acaso, lo hago con cierto forzado contento muy racional por lo que de normalidad democrática representa. Fue tanto el daño infringido, tantos los días amargados, tantas las vidas segadas, tantas las malogradas, tanta la sangre derramada, tantos los ataques a la libertad y la democracia, tanta la sinrazón, que he de apagar aún la emoción del enfado –más y mejor– de la rabia, esa pasión que desde los más primitivos pulsos e impulsos más pediría venganza que justicia. Sí, aún hoy, diez años después, he de buscar en mis más profundas convicciones éticas y políticas la razón del mesurado contento por tan esperado y deseado fin de ETA.

Muchos fueron los hombres de razón y paz que con uno u otro gobierno forzaron tal desenlace a los que hoy siento preciso rendir inmensa gratitud (Jesús Eguiguren, Alfredo Pérez Rubalcaba, Javier Zarzalejos…); como a las muchas organizaciones ciudadanas que de varia forma coadyuvaron a que se lograse el fin de ETA. Y aún más, muchos más, los nombres de las víctimas a las que también hoy debemos rendir el mejor recuerdo y homenaje.

Ningún demócrata, ningún amante de la libertad debe alimentar el odio, más odio, en nombre ni de las víctimas ni de, la tantas veces fratricida, España.

Diez años tarde llegan las palabras de Otegi. Aun su tardanza y parquedad, bienvenidas sean. Mas quiero más, muchas más y más claras, que no precisen de intérprete. Ojalá recuerde Otegi lo enseñado por Sartre: «Cada palabra tiene consecuencias. Cada silencio también».

No obstante, con respecto al mundo abertzale, y recordando el «o bombas o votos» de Rubalcaba, bien llegado y hallado sea del lado de los votos. Porque en mi España sí entramos todos.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
Lo más leído