25/02/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Hay muy distintas maneras de interpretar la realidad. ‘Quot homines, tot sententiae’. No es nada nuevo: la locución se la debemos al comediógrafo latino Terencio, que la dejó escrita en el siglo II a. C. en su obra ‘Formión’, aunque el éxito de la misma haya pasado por una obra filosófica de Cicerón. Hay tantas porque lo habitual (lo humano, diría yo) es mirar alrededor subjetivamente, extrapolando lo personal a lo general, asentando el pensamiento sobre unas premisas que uno no está dispuesto a negociar de ninguna manera o parcelando la realidad en pequeños minifundios de los que no se puede salir porque nadie quiere abrir puertas en ellos (no vaya ser que entre alguien y se los quede). Amigos de tópicos (todos los negros tienen un sentido innato del ritmo, todos los funcionarios son vagos, todos los maestros tienen muchas vacaciones, todos los gitanos son ladrones, el que parte y reparte se queda con la mejor parte, estudiante salamanquino, tunante fino, el sistema educativo finés es el mejor del mundo), todos damos por hecho (y por válida) cuál es la obligación de los demás aunque no tengamos muy clara la nuestra. Y, sobre todo, solemos considerar que la solución al problema está en el minifundio colindante que, ¡ay! no tiene puerta. Así que, queriéndolo o no, nos ha venido muy bien construir un latifundio ex profeso que se llama escuela. Los irracionales horarios de trabajo de los padres se compensan con los irracionales horarios escolares de los hijos. La falta de comunicación en las familias cuando hace falta educar para la sexualidad, por ejemplo, se compensa con los programas sobre afectividad y sexualidad en la escuela. Los maestros, observadores forzosos de la realidad, son los depositarios de la obligación de intuir las carencias económicas de las familias, los indicios de abusos, malos tratos o desamparo de los estudiantes. En la escuela se trabajan habilidades sociales de las que muchos niños (y sus familias) carecen. Los maestros se convierten en administrativos para sacar adelante programas escolares sobre libros de texto. La revisión bucodental hasta los 14 años se gestiona a través de las escuelas. Los programas sobre el uso seguro de internet o las redes sociales se llevan a cabo en las escuelas y no los reciben los padres que permiten (tal vez por ignorancia) conductas de riesgo en casa. Siempre que se detecta una dificultad, se piensa en la escuela como medio de solucionarla. Cada cual lo verá como lo vea, pero no son más que parches que van trampeando los problemas, algunos bien graves y todos complejos, a los que la sociedad no está dando solución. Pocos grupos humanos hay que sean reflejo de la sociedad como lo es la escuela. Pocas comunidades tan grandes y variadas como ella. Pocos espacios donde haya tanta pluralidad, libertad e igualdad. Esta es mi manera de ver la realidad: los maestros están solos frente al peligro. Y no lo merecen.
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