27/04/2020
 Actualizado a 27/04/2020
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Esta forzada reclusión, esta pandemia, esta cuarentena ya, le ha traído al cronista el recuerdo de la niñez pueblerina, cuando, salir de casa era, también, una aventura. –Tú, no te muevas de aquí, hasta que llegue tu hermana: -Pues me marcho. -¿Y, quién te lo quita? respondía la madre con el desdén de una sonrisa. Porque aquel ¿quién te lo quita? significaba en realidad: A ver si te atreves. Y, como ahora, tampoco te atrevías.

Abandonar la casa sin permiso era el mayor pecado, la mayor transgresión, el mayor delito. No era así, en cambio, cuando, de mayores, anunciabas que te ibas, puesto que lo que sobraban entonces eran bocas que alimentar, y estudios que pagar, y gente menuda que vestir, y todo aquello que era nuestro pan de cada día en aquellos años recién terminada una guerra fratricida de tres malvados años y algún día.

Entonces no te decían ya: ¿Quién te lo quita? Te ayudaban a cargar sobre tus hombros el hatillo, o la maleta de madera, cuando los curas, o los frailes, o las monjas, se presentaran en el pueblo y, en connivencia con el maestro, hacían su selección entre lo que iba quedando de toda aquella reata de mostrencos (y mostrencas) predestinados (¿condenados?) a la irreversible, irremediable, lejanía.

Que me voy al seminario. ¿Y quién te lo quita? Respondía Sr. Domingo, de Villacidayo que él llamaba Kavite; él que era el mayor de 12 hermanos y que, aunque eran ricos, fuera enviado a la edad e siete años «a servir» en casa de unos tíos que le encomendaron el cuidado de la vecera por el soto de la barca de Amia y después de Teyo que cruzaba el Esla. Y Paula que viajó hasta Vegamián, también de niña, pastora de las vacas del Sr. Cura que la enseñó a leer y le contó las leyendas que ella después le contaría a su hijo que redactaría: ‘Los falampos de la nieve’.

¿Y quién te lo quita? Repite el eco de aquellos años en los que la peste no tenía nombre artístico, (Coronavirus) sin otro calificativo, sin vacuna, sin tratamiento, sin cuidados paliativos. Nuestro gran Antonio Gamoneda a aquello lo denomina pobreza, pero se queda corto. Era mucho más que eso. Porque hay momentos en los el hambre aprieta y es preciso hacerle frente como sea; pero la miseria va mucho más allá, y obliga al individuo a abandonar demasiado pronto todo aquello que le sujeta a la vida. Me voy ya. ¿Y, quién te lo quita? Y nos íbamos al mundo, sin más que un beso, una maleta, y unas mudas.
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