Me han acosado todas. Siempre bajo el yugo de las banderas y resulta que sólo me interesaban las personas, jamás los trapos.
Fui a una escuela donde la bandera tenía águila, pero no volaba, la entumencían las heladas y se le partían las alas en invierno. Era lo único que nos cambiaban en el nuevo curso. La maestra pedía libros, estufa, carbón... y nos mandaban una bandera nueva cada curso.
Fui a una universidad en guerra y los bandos también los marcaban las banderas. Unos la llevaban en el cuello dibujada, otros llevaban pulseras rojas y gualdas, y ya era suficiente declaración de intenciones... si le añadías gomina y las mangas del ‘sueter’ sobre los hombros era como la secuencia completa del ADN, sin necesidad de desenterrar a nadie.
Por una vez el fútbol no separó y se llenaron de una sola bandera los balcones para ganar un torneo. Sin gomina.
Y crecieron las tricolores.
Y las esteladas, y las de los leones con los castillos tachados y las de los castillos con los leones tachados. Y las de Treviño y hasta Valdeón o Villanueva de las Tercia amagan con irse a Asturias y colocarse bajo el manto azul de su bandera.
Más fuertes que las banderas para ganar las guerras parecen los tanques y los aviones. Y más eficaces. Pero el poeta nos lo recuerda: «General, tu bombardero es poderoso. / Vuela más rápido que la tormenta y carga más que un elefante. / Pero tiene un defecto: / necesita un piloto. // General, el hombre es muy útil. / Puede volar y puede matar. / Pero tiene un defecto: / puede pensar».
Fíjate en la foto ¿A que has preguntado a ver quién la salata?
Lo más leído