25/02/2018
 Actualizado a 12/09/2019
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Ya no quedan paisanos de frases contundentes, aunque menos que las de sus mujeres, que cuando ellos argumentaban largo y tendido ella simplemente remataba: "¡Quia!".

Y no había más que hablar. Quia lo significaba todo: Se acabó, y punto, no digas tonterías, a no.

Ya no quedan, te lo digo yo, que estoy en Mansilla escribiendo, se me fundió el ordenador a negro, no quería volver en sí y no tuve cojones para tirarlo al río, como haría un paisano de verdad, y me puse a hablar con informáticos y gentes de mal vivir. ¡Quia! "No merecéis el pan que coméis", decía mi abuela, que cuando soltaba un quia ya no había más que hablar.

Pero ya no quedamos paisanos de aquellos de la frase precisa. Como Juan El Hojalatero, que estaba dándole al estaño debajo del tilo de la iglesia de Canseco, con el mujerío ensimismado con sus historias, cuando llegó Don Clemente a decir misa y como viera que no le hacían excesivo caso comentó entre dientes: "No se trabaja mal a la sombra". Pero Juan era fino de oído, escuchó el bisbiseo y sentenció: "¿A la sombra? Tendréis queja vosotros". No creo que se atreviera el ordenador a fundirse al negro con Juan.

Y menos con la Tía Civila, también de Canseco, que cuando el viento le volvía el humo de la cocina contaba Zapico que "salía al medio de la calle, se arrebragaba, y mirando al Cielo le decía: Si tienes algo contra mí bajas y me lo dices a la cara, pero con el calor de mi casa no juegues tú que subo yo p’allá".

No creo que se atreviera este puto ordenador a fundirse al negro con la Tía Civila. Me lo hace a mí.

Claro, aprovechan que no quedan paisanos que tengan explicaciones para todo, como Laureano: "Qué vas a esperar de este mundo, en el que hay pueblos que beben el agua". Quia.
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