05/09/2021
 Actualizado a 05/09/2021
Guardar
Para muchos el año comienza en setiembre. Es el umbral del curso académico, de la oscuridad incipiente, del pudor grave y otoñal. Una tarde caminas por la plaza y hay en el aire una luz, o un temblor, que te estremecen. Te apetece más el silencio y, paradójicamente, sientes la necesidad de palabras nuevas. Si tuviese que elegir un mes para inventar palabras, sería setiembre. No enero, con sus jornadas gélidas y sombrías; ni julio, rubio y jocoso como una fiesta de guiris. Mejor setiembre, que posee una pátina de ligereza y timidez. Las palabras que amamos nos llegan como murmullos y a veces ha de pasar mucho tiempo antes de conocerlas. Amor y soledad, sin ir más lejos, que parecen enfrentadas y, sin embargo, resultan inseparables: nunca amamos tanto como cuando la pérdida arrasa nuestros corazones o vemos partir un tren con lentitud.

Nos alcanza setiembre y ponemos en el papel lo que nos sugiere la memoria: fiebreluz, cobreañil, vientretrémulo, un colibrí que volaba sobre la catedral de León. Te sientas en una terraza y ves pasar a las chicas que sonríen a las ventanas y a un mendigo que saca monedas de un cofre. Del interior del bar emerge una cacofonía insidiosa: eruditos explicando el enigma de las facturas y políticos mostrando y estrellando los piños. Es la cara amarga de este mes fugaz: todo el mundo está persuadido de que podrá engañarte y a tu casa llamarán profetas tremendos, teleoperadores desesperados, vendedores milagrosos de quita y pon. Envuelto en la noche tibia, tendrás que armarte de paciencia. Al fondo brillan los oropeles de la Navidad consumista y el hacha de los cuarteles de invierno. Con todo, debes perseverar. No hay días más breves que los de setiembre, pero si logras resistirte a la falacia y la estupidez, al dolor que viene, podrás celebrar algunos ritos: llamar a ese amigo a quien no conseguiste ver en verano; pasar una tarde hablando con tu padre; frotar tus manos con semillas de amapola; preparar las alacenas donde guardarás las manzanas y los membrillos. Y cómo no, inventar alguna palabra, como otros sacan cintas y palomas blanquirosas de una chistera. Que es lo que yo he querido hacer esta mañana o tarde de domingo, lector, llegar de puntillas y dejarte un puñado de palabras para que, cuando cierres los ojos, pienses en aquellas que te susurraban al oído cuando eras niño.
Lo más leído