Queridísima Lu

Jean Louis Lecomte lee las cartas de Rommel, el zorro del desierto, y descubre elementos comunes con el relato leído en Villafranca del Bierzo por Christ Halff

Rubén G. Robles
03/08/2020
 Actualizado a 03/08/2020
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Carta de Erwin Rommel a Lucien Rommel.
24 agosto 1942.

«Queridísima Lu:    
Ayer tampoco pude escribir. Me siento bien para levantarme de vez en cuando, pero me dicen que tendré que seguir seis semanas de tratamiento en Alemania y no quiero irme ahora de aquí. Creo que uno de los médicos del Führer se ha puesto ya en camino. Hoy seré sometido a otro reconocimiento. Menos mal que el daño puede ser reparado».


Carta del Teniente Alfred Ingemar Berndt a Frau Rommel.
Egipto 26 agosto 1942
.

«Querida Frau Rommel:
No cabe duda de que le sorprenderá el que sea yo quien escriba desde África… El motivo de esta carta es informarle acerca del estado de salud del Mariscal. Su esposo lleva diecinueve meses en África, tiempo superior al del resto de los oficiales, y según los doctores constituye un triunfo de sus facultades físicas. Tras los rigores de la ofensiva pesa sobre él la inmensa responsabilidad del frente de El Alamein, que durante muchas noches no le ha permitido el menor descanso.
Todo ello ha terminado por dejar huella, y además de los síntomas de un fuerte resfriado y de trastornos digestivos típicos de África, ha mostrado señales de fatiga mental que causan preocupación a todos cuantos estamos en contacto con él.

El doctor que lo asiste, profesor Horster, de la Universidad de Wurzburg –uno de los especialistas en este tipo de trastornos más famosos de Alemania–, permanece constantemente a su disposición. El Führer ha sido informado, y según parece existe el propósito de otorgarle un período de descanso en Europa.

Se trata de una enfermedad rara, un trastorno poco común, a pesar del diagnóstico oficial y el informe del profesor: ‘el mariscal sufre alteraciones crónicas en intestino y estómago, difteria nasal y considerables problemas de circulación’».

Quisiera, señora, que no interpretase mal los términos de esta carta. Un largo informe médico ha sido mandado al OKW , y estoy seguro de que ello ocasionará toda suerte de rumores acerca de la salud mental del Mariscal, ya que noticias de este género se difunden con la mayor rapidez. Quiero, por lo tanto –ya que nadie más puede hacerlo–, presentarle un panorama claro de la situación, antes de que se sienta alarmada por comentarios sin consistencia.

Debe dormir cuanto pueda, tener menos preocupaciones y descansar física y mentalmente, aunque esto último no será fácil debido a su carácter nervioso y activo y a un extraño objeto que le acompaña desde algún tiempo.

El Führer necesitará a nuestro Mariscal para otras tareas igualmente importantes y decisivas, y resulta imprescindible que su salud se mantenga buena.

Le ruego, señora, que no se preocupe. En cuanto a su seguridad personal, haré cuanto pueda para incrementarla en las próximas operaciones. Todos nosotros, oficiales y soldados, estamos dispuestos a morir por el Mariscal».


Carta de Erwin a Lucien Rommel.
9 septiembre 1942.

«Queridísima Lu:
Mi salud ha mejorado mucho, y nadie notaría lo enfermo que he estado. Sin embargo, el médico me insta a que pase una temporada en Alemania. Jamás me libraré de las preocupaciones que todo me acarrea. Debo confesarte que tengo junto a mí un objeto, un filtro de cristal sin líquido, pero turbio, sobre el que se me ofrecen visiones sobre lo que habrá de ocurrir. Y me inquieta cuanto veo, aunque me siento perfectamente, créeme. Hoy he dormido bien, me siento reanimado y espero que todo acabe bien. Esta contienda exige mucha energía nerviosa, pero físicamente sigo bien».


Carta de Erwin a Lucien Rommel.
3 noviembre 1942.

«Queridísima Lu:
Por la noche permanezco sin dormir, exprimiéndome el cerebro en busca de una solución para la terrible prueba a que se encuentran sometidas mis desgraciadas tropas. Los muertos tienen suerte. Todo ha transcurrido para ellos.

Tengo que soportar que nuestros estrategas, los estrategas que planean nuestras operaciones, se distinguieran por un total alejamiento de los frentes de combate y que hubiesen destacado en el pasado por la aplicación del principio weit vom Schuss gibt alte Krieger .  

¿Qué será de la guerra si perdemos el Norte de África? ¿Cómo terminará todo? Me gustaría poder librarme de tan terribles pensamientos. Acudo a este artilugio infernal que me provoca fuertes espasmos cuando me ofrece imágenes horribles del campo de batalla. Físicamente no estoy demasiado bien. Sufro fuertes dolores de cabeza, y mis nervios están alterados, lo cual, añadido a las molestias circulatorias, me impide descansar.

El profesor Horster me está administrando soporíferos y ayudándome en lo que puede. Quizás disfrute de unas semanas para reponerme, aunque teniendo en cuenta la situación en el Este quizá lo mejor sería hallarse en primera línea.

Pienso constantemente en vosotros con amor y gratitud. Quizá todo acabe bien aún, y nos veamos otra vez, aunque lo que se me ha aparecido me resulta terrible incluso para mí».


Carta de Erwin a Lucien  Rommel.
7 febrero 1943.

«Queridísima Lu:
Ayer vino a visitarme el doctor Horster, el cual me aconsejó que empezara cuanto antes mi tratamiento. Todo mi ser se rebela ante la idea de abandonar el campo de batalla, mientras pueda mantenerme en pie. Incluso contrariando los consejos médicos, estoy decidido a resistir hasta el límite. Ya comprenderás perfectamente mi actitud.
He decidido devolver al Führer este infernal artilugio que me ha robado la salud y el sueño ofreciéndome imágenes insoportables y terribles de los enfrentamientos de mis hombres en el desierto a través de sus paredes transparentes. Desde que vino en mi equipaje desde Alemania, me exprimo el cerebro día y noche, observando en su interior, tratando de ver. Los nervios y el reumatismo me molestan bastante. Intento resistir hasta donde me sea humanamente posible.
Pese a todos los males de mi condición física, permaneceré con mis hombres hasta el fin. Comprenderás mi actitud. Como militar no puedo comportarme de otro modo.
Confío en que el próximo tratamiento me devuelva la energía y el vigor, con el fin de proseguir actuando como hasta la fecha».


Carta del Capitán Alfred Ingemar Berndt.
26 febrero 1943.

«Querida Frau Rommel:
A principios de febrero la condición física y mental de su marido alcanzó tal estado, que el profesor Horster decidió someterle a una prueba de hipnotismo con el ánimo de mejorar en el conocimiento del funcionamiento cerebral del Mariscal.

El profesor ha seguido las enseñanzas teosóficas de Madame Blavatsky y le puedo garantizar que su marido no ha sufrido ni dolor, ni angustia durante el proceso. Todo se ha debido, al parecer, sus males físicos y mentales, a un objeto venido de Alemania en su equipaje, una esfera transparente, sin  nada en su interior, sin embargo, turbio su aspecto, lleno de inmundicia, aunque sin ofrecer, durante el tiempo en que lo he observado, las imágenes de las que ha hablado el Mariscal.

Está en nuestros ánimos y en el deseo personal del profesor Hörster, averiguar si es verdad que se trata de uno de los objetos que pertenecen a la wunderkamer  del Führer, pues ha perturbado de tal manera el ánimo y la salud de nuestro querido Mariscal, que entra entre nuestros deseos, la voluntad de destruirlo inmediatamente. No ha sido destruido aún por habernos revelado durante la hipnosis que se trata de un objeto propiedad del canciller.

No he de decirle Frau Rommel, que el profesor Hörster ha hecho todo lo posible por separarle de esta botella procedente del infierno, consiguiendo  inmediatamente con su alejamiento de ella, una mejoría espectacular.

Le pido por favor que evite los rumores impertinentes que circulan por Berlín y que dicen que Otto Rahn está marcando el ritmo y escribiendo la agenda de compromisos bélicos de nuestro amado Führer y que ha sido él quien ha puesto sobre la mesa toda esta colección de supersticiones y objetos infernales. Se trata de una calumnia y créame, el restablecimiento del Mariscal, se debe más a la acción de la ciencia que a la intervención de otras fuerzas.

Le ruego, Frau Rommel, que no se preocupe, haremos cuanto esté en nuestras manos para devolver la salud que había perdido al Mariscal».

Era la última de las cartas. Se incorporó, necesitaba detener toda la excitación acumulada durante la jornada.

No sabía muy bien por qué seguía interesado en  conocer la relación que mantenían algunos de los elementos que iban apareciendo, no era tan solo la curiosidad inicial que Christ Halff había conseguido despertar en él revelando la misión diplomática de su escritor favorito y la desaparición de aquellos objetos del Panteón Real de San Isidoro, era también la voluntad de adquirir un conocimiento que iba más allá de lo puramente literario, como ya comenzaba a intuir.

Ahora sabía que el relato del marqués de Vadillo y las cartas del mariscal alemán Rommel, revelaban la existencia de algo real, algo terrible para algunos y que parecían definir ambos como un objeto… un mismo objeto, quizás, una ampolla de cristal en cuyo interior una criatura terrible quería ser liberada a la vez que ella misma liberaba, como un oráculo, imágenes de lo que habría de pasar. El profesor comenzaba a pensar que tal vez el propio Enrique Gil y Carrasco lo había poseído y llevado con él a Berlín en su misión, dejando escrito aquel relato del marqués de Vadillo imaginándose un origen para aquel objeto infernal.

Pero podría todo obedecer al esquema de la creación literaria, sin base en la realidad, cuyo resultado únicamente era invitarle a un juego, a un enigma, algo a lo que en el mundo de la investigación uno siempre tiene que estar dispuesto y tratar de resolver. Como amante de la literatura y como hombre de ciencia, entendida la ciencia como toda disciplina sometida a rigor, decidió, a pesar de los peligros, que aún no veía que se hubieran manifestado con claridad, formar parte de aquella tarea de búsqueda, más como investigador y hombre perteneciente al mundo académico de la Universidad,  y no tanto como un hombre de acción, cosa que no era, dispuesto a la aventura a cambio de fama, algo de riquezas y un poco de honor.

Pensaba en las advertencias que había recibido de Christ y de Hermann desde el principio sobre los peligros que iba a tener que afrontar y que parecían querer ser una suerte de amenaza posible, pero sin entidad. En aquellas circunstancias y tratando de recorrer mentalmente las conversaciones, los gestos de sus interlocutores, nada le parecía demostrar que existiera un peligro vital e inminente. La única amenaza que podía llegar a entender que existiera podría proceder de la propia Organización, una institución cuya identidad y fines aún estaban por definir. La Organización de la que le habían hablado parecía poseer la entidad y las capacidades, los recursos humanos y materiales, para llevar a cabo cualquier acción, o al menos eso era lo que le habían querido dar a entender con aquel despliegue teatral no exento de cierto dramatismo.

Las cartas de Rommel se conectaban con el relato del marqués de Vadillo, ambos poseían ciertas dosis de terror desconocido, no visible y sin manifestación real, que procedía de un objeto muy similar, un cierto recipiente de vidrio, una especie de ampolla en cuyo interior aparentemente vacío habitaba una entidad corrompida con capacidad para predecir y proyectar en su interior visiones como si se tratara de un oráculo que no necesitara ser consultado y por sus propios medios ofrecer una visión horrible de lo que habrían de ser hechos futuros.

Era demasiado tarde. No sabía lo que iba a suceder al día siguiente Se fue hacia la habitación, encendió la luz y vio la cama revuelta, los armarios abiertos y toda la ropa por el suelo de la habitación. No sabía muy bien qué esperaban encontrar quienes habían dejado así su casa, pero Jean Louis sabía que algo así, tarde o temprano, podría ocurrir.


En la entrega de mañana contratarán a un hombre de los servicios de inteligencia franceses, la DGSE, Direction Générale de Sécurité Extérieure, para vigilar al profesor Jean Louis Lecomte.
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