Que vengan y que marchen

25/08/2021
 Actualizado a 25/08/2021
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Con los veraneantes me pasa como con los nietos, que me dan siempre dos alegrías: una cuando llegan y otra cuando se van. No me pasa a mi sola, que también me lo dice el panadero. A finales de junio ya llega con más carga de barras y hogazas, pero es que la primera quincena de agosto viene con la furgoneta que entra él de milagro. Con tanta clientela tiene que madrugar todavía más para amasar y casi no tenemos tiempo de pegar la habitual hebra para ponernos al día. Pero bueno, todo sea por hacer el agosto. La que también lo hace estos días es la mi vecina, que tiene bien de gallinas y les clava las docenas de huevos como si fueran de la que los pone de oro. Más de una vez hemos estado agustazo sentadas al fresco y ha tenido que entrar al corral para surtir a los forasteros, que llegan preguntando por la de los huevos. «Ahí la tenéis, guapos, que por lo que os cobra os los tenía que dar en tortilla, con escabeche del bueno y hasta con una ensalada», les digo yo siempre antes de empezar con el cuestionario que manda el protocolo de estas relaciones veraniegas. En qué casa veranean, de quién son, hasta cuándo se quedan, qué tal la familia y ahora también les pregunto si han pillado el bicho. Les cuelo, por quedar bien, lo de que se queden aquí todo el año, que mira que si nos han vacunado con agua y esto se vuelve a poner feo, como en el pueblo no se está en ningún sitio. «¡Pues menudos huevos tenemos!». Y ya después, si vienen con ganas de tocármelos, empiezan con los peros. Lo mismo les molesta el olor a abono, que se quejan por la falta de cobertura. Que hay poca presión en el grifo, que cómo no nos arreglan la plaza...Y bueno, que fueron al médico y no les atendió porque tienen la cartilla en Bilbao. Que la cosa es que cuando mejor están en la camorra por la mañana pasa el de los canalones con la megafonía y a los diez minutos, el tapicero. Y a veces se atreven hasta a criticar la programación de la semana cultural. ¡Y por ahí sí que no paso! Apuro antes de que salga Maruja con la docena de los huevos de oro, porque si no me dice que le espanto la clientela: «Mirai, guapines. El día que vengáis y aquí no huela a mierda más os vale llegar con ganas de segar porque esto va a ser un solar lleno de cardos y ortigas». Y les da Maruja la docena y se van tan anchos porque es que... ¡Vaya huevos! Nos acaban las hojas de reclamaciones en el ayuntamiento. A ver si marchan. Pero que vuelvan.
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