diana-martinezb.jpg

Que te vaya bien

30/03/2018
 Actualizado a 16/09/2019
Guardar
Nosotros estábamos empeñados en tener una canasta y le dimos la brasa hasta el infinito. Abuelo Joaquín cogió un palanganero de hierro, le serró una pata y con las otras dos amarró el palanganero boca abajo en el pico de la columna de la acera. Y allí, entre el chabolo de la matanza, la carbonera, la cuadra, el huerto y el pozo habíamos conseguido la mejor cancha de baloncesto del mundo.

El palanganero se vencía hacia abajo cuando el balón daba en el aro, y teníamos que volver a ponerlo derecho dándole con el cepillo de barrer. Pero la acera seguía siendo la mejor cancha de baloncesto del mundo entero y todos queríamos ser Villacampa, Rafa Jofresa o Tomás Jofresa jugando al Menos Uno. Como no lo éramos, abuelo Joaquín nos gruñía de vez en cuando, que a ver si en vez de tirar al palanganero, le tirábamos a la puerta o a algún cristal. Mientras, sentado en la escalera, arreglaba otroparaguas, porque él sabía arreglar todos los paraguas que existieran en el universo, minucioso, concienzudo, paciente como el que repara ese cobijo que nos aislaba a de las tormentas y nos protegía de las tempestades que rondaban.

Abuelo Joaquín también sabía bien dónde estaban todos los arándanos camino del Cuadro y de la cabaña de la Pesca, donde el río Cúa comienza a regar el Bierzo, donde empiezan a bailar las truchas plateadas. «Mira justo debajo de esos escobales». Y allí estaban los preciosos y pequeños arándanos negros que te dejaban la boca fresca, dulce y manchada decolor morado, como las manos y el chándal.

El mundo ha cambiado demasiado en poco tiempo. Ya casi nadie tiene matanza ni cuadra ni carbonera. Ya casi no hay baloncesto en la tele y casi no hay arándanos en el monte. Y ya nadie arregla paraguas. Sin embargo, sigue lloviendo, arreciando ahí afuera. Y cada vez más, cada uno tiene que repararse su propio refugio o buscarse otro, contra las tempestades y el frío.

En alguna de las treguas que dan esas tormentas pensaré, abuelo,si te habré dado los suficientes abrazos, si no te habré llevado la contraria demasiadas veces, en lo raro y duro que va a ser no encontrarte en tu sitio nunca más y en lo perdida que estaré cuando vuelva a buscar arándanos al monte. O quizá me anime repitiéndome a mi misma esa frase con la que siempre te despedías de quien se iba.Que nunca eraadiós, ni hasta luego, ni hasta otra…porque tú siempre tenías otro lindo saludo que nunca sonaba a despedida, sino a un deseo sincero, y que me lo pienso quedar para siempre: «¡Que te vaya bien!».
Lo más leído