Que se rindan los gochos

19/01/2018
 Actualizado a 11/09/2019
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El lamento era muy serio de un paisano sentado a este sol que no se sabe quién nos regala en este enero que siempre había sido de nevadas. «El cura no toca a misa, porque no la hay; el lechero no pita, porque ya no pasa... pero lo que peor llevo es levantarme y no escuchar el gruñido estridente de ningún gocho en el banco».

- ¿Te gusta el gruñido del gocho en banco, Aurelio?

- No, para nada, pero avisa. Allí donde suena sabes que no van a faltar unas pastas con anís, una buena conversación con las mondongueras, unos chichos que probar, unos consejos que dar...

En fin, un sanmartino. Una matanza. Una fiesta.

Ya no las hay. También ha dado grisú esta mina y aquella fiesta que llenaba los arcones casi ha pasado a mejor vida, apenas unas pocas subsisten.

Buena gente los médicos, nadie lo duda, pero al sanmartino le han metido una puñalada trapera. «Nada más que te ven entrar por la puerta te quitan el embutido y después ya te mandan hacer los análisis para quitarte también el vino», lamentaba Miguelín El Sordo después de argumentarle al médico que «el chorizo lo dejaré, si no hay más remedio, pero el vino no puedo, usted no lo entiende pero llevamos toda la vida juntos y no voy a dejarlo ahora».

Pero la derrota ha llegado sin paliativos. No hay gruñidos que rompan el silencio de las mañanas de invierno y heladas, de nada ha servido la vieja disculpa de aquellos a los que mandaban comer pescado y sentenciaban: «Pues cojo al gocho, lo tiro al río y lo pesco unos pozos más abajo». Nada.

Ya son una reliquia las madreñas, las mujeres que mueven la sangre en el caldero, el matarife, ir a lavar las tripas al río, adobar, embutir...

Y, lo peor, probar los chichos, el orujo, las pastas...
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