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Que repiquen las campanas

01/04/2020
 Actualizado a 01/04/2020
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Sabes qué se siente cuando tocan a muerto las campanas de la torre de la iglesia de un pueblo? Nunca avisan antes de hacerlo. Es un ritmo tranquilo, pausado y parsimonioso que provoca en quien lo escucha la aceleración del pulso y predispone al individuo al estado de alerta. Una respiración se paró para contener la de todos sus vecinos. Automáticamente se deja la tarea que se esté haciendo y la cabeza procede a hacer un recorrido por todas las calles del pueblo haciendo la cuenta de por quién podrían doblar las campanas esta vez. Por muy habitual que sea el toque en los últimos años es un sonido al que nunca se acostumbra uno. Se piensa en quienes están enfermos, en los mayores… y siempre acecha la duda: «Igual alguno de repente, quién sabe». Entonces, con la incertidumbre y los pasos apremiados propios de la agitación del ritmo cardiaco, uno abre la puerta de casa y asoma la cabeza a la calle por si alguien pasara en ese momento con el nombre del ausente por el que siguen tocando a muerto las campanas. No pasa nadie. De lejos la bocina del panadero se mezcla con un sonido metálico que hace vibrar hasta el tuétano del más templado. Si es invierno y en el cielo hay ceños, se acentúa el frío. Si hace sol y el cielo está despejado, el calor ahoga. En las paredes de la calle rebota el sonido metálico de las campanas. «Ton…». «Ton…». «Ton…». «Ton…». Enfila uno la calle en dirección al epicentro del pueblo en busca de una esquela. Son pocos metros que, andados rápido y sin repechos en el camino, consiguen fatigar. En ese corto espacio se arremanga uno el mandil para aferrarse a algo, o se acompaña uno de la zoleta que tenía en la mano. O del trapo que se estaba colgando a secar en la soga. Se aprieta con fuerza lo que sea como si en un puño en tensión se pudiera contener la incertidumbre. Y las campanas siguen tañendo. Por cada toque da tiempo a dar decenas de pasos hasta llegar a destino y que no haya más que un bando que lleva meses a la intemperie. De vuelta a casa, con la misma inquietud se escrutan puertas y ventanas buscando un ápice de la vida que aún queda… ¿Sabes qué se siente cuando tocan a muerto las campanas de la torre de la iglesia de un pueblo? Es lo que se respira constantemente estos días en nuestras calles, aunque no toquen a muerto unas campanas que deseamos que pronto repiquen a fiesta.
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