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¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre!

22/10/2021
 Actualizado a 22/10/2021
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Dicen que después de la tempestad vuelve la calma. Lo malo es que esa calma, a veces, es calma chicha, término marino que define la absoluta falta de movimiento del aire, lo que significaba, evidentemente, que los barcos, aquellos barcos de vela, ni se movían.

Y si tomamos como ‘tempestad’, la explosión económica del principio de siglo, generalizada en todos los sectores, construcción especialmente, bien podríamos considerar que hoy estamos en ‘calma chicha’, por mucho que nos publiciten (pues publicidad es) la recuperación. O ni eso.

Hace una semana nos llegaron los datos, dicen que esperanzadores, de la recuperación de los niveles prepandemia de actividad en la construcción.

Y cuando uno ve el gráfico en el que se reflejan los datos de viviendas construidas en Castilla y León del 2008 a 2020 se le caen los palos del sombrajo: 22.000 (veintidós mil) viviendas en 2007, 4.500 (cuatro mil quinientas) en 2008 y… 2.381 (dos mil trescientas ochenta y una) en 2020. Cielos! El diez por ciento hoy respecto al 2007 y echamos las campanas al vuelo. Y, para terminarlo de arreglar, aquí, en León y según esos mismos datos, ni tan siquiera eso: ni tan siquiera se han recuperado los niveles de 2019.

Es cierto que aquellos volúmenes de edificación eran anormales. En León capital, en un año digamos ‘normal’, entre 1990 y 2000, las licencias estaban, aproximadamente, en el entorno de las mil novecientas, mientras que en la época dorada superaban las cuatro mil.

En aquellos tiempos de locura, sin duda nos pasamos de frenada. Los bancos te daban lo que pedías y más. Era una tontería alquilar una vivienda porque con el pago mensual del alquiler pagabas la hipoteca de un piso. Habíamos ‘pillado’ a Italia y estábamos pisando los talones a Francia y Alemania.

Construíamos todo y más. Recuerdo un amigo arquitecto holandés que me comentaba la envidia que le dábamos, pues en su país no se construía casi nada, aunque, según me decía, es que ya estaba todo construido.

Bueno, aquí no estaba todo ya construido, pero tampoco nos hacía falta mucho de lo que se construyó. Y no solamente en viviendas, que no hay más que ver todas las que aún andan por ahí sueltas, construidas y a medio construir, sino en edificios de todo tipo que luego se han quedado en el limbo o así, cosa que no hay que ir muy lejos para comprobarlo. Aquí mismo tenemos una Ciudad del Mayor esperando el Santo Advenimiento, un palacio de Congresos a medias (más bien a tercias) y con pocos visos de llegar a enteras, un tren-tran ídem de ídem o, algo que aún no me explico, el derribo del antiguo INSS (un buen edificio que bien podía haberse remodelado con el del antiguo Banco de España) para levantar otro nuevo del que mejor no hablar de los presupuestos iniciales (más de 40 millones) y los finales (menos de veinte). Y alguna cosa más.

Nos pasamos dos pueblos, si no tres, y nos parece que llegar hoy al 10% de la actividad de entonces (que es el 20% de la normal de la de ‘toda la vida’), nos parece una bendición.

Para colmo de males, resulta que en León ni siquiera esos maravillosos niveles de miseria se cumplen. Desde luego, menos es nada, pero tirar cohetes, lo que se dice, tirar cohetes, no hay motivo que digamos.

Y como no hay dos sin tres, desde el gobierno deciden que, por real decreto, no, perdón, por Ley, que es más gordo, será obligatorio hacer el treinta por ciento de las nuevas viviendas como protegidas y la mitad a alquiler social. Como siempre la solución fácil, cargando la solución a la iniciativa privada, ya que, como se sabe, el papel, que es lo único que se necesita en el BOE, lo aguanta todo, de modo y manera que si no se resuelve el problema, que no se va a resolver, la culpa es de otro. Las reclamaciones al maestro armero. Hombre, ya vale.

Y como no hay dos sin tres, ahora que parece que se abre un poquito, solamente un poquito, el cielo de la construcción, ahora que las empresas empezaban a tener algo de esperanza en el futuro (creo que menos de lo que ellos mismos suponen), los combustibles y la energía se ponen por las nubes, falta mano de obra, los fabricantes cortan o encarecen la producción y, para terminar ni tan siquiera hay camioneros para transportarlos.

Ponemos un circo y nos crecen los enanos y, además, nos ha mirado un tuerto. Todo junto.
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