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¡Qué llegó la Orquestina!

12/11/2021
 Actualizado a 12/11/2021
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Un fin de semana cualquiera cuando empieza el frío en otoño. Un pueblo del sur de León, Laguna de Negrillos, que se dibuja fantasmagórico entre sembrados de maíz. Luna llena. Un escenario iluminado con bombillas de colores como en una verbena. Y una orquesta con su percusión, su acordeonista de la montaña, su dulzainera, que también es saxo y oboe y lo que haga falta, el acompañamiento y la cupletista ataviada con un mantón de manila. Faltaría el humo de los cigarros y las copinas de orujo para hacernos creer que estamos en los años 30 en un café teatro o en una verbena amenizada –esa palabra– por una de las orquestas que recorrían los pueblos. La cupletista actúa, llora, se ríe de los hombres, interpreta pasodobles, ‘La Irene’, ‘La Lorenza’, chanos, habaneras, tangos y alguna jota. El público no se echa a bailar porque en estos pagos nos falta un empuje para quitarnos la friura del campo, pero da palmas y corea las letras.

Tiene mucho encanto esta formación, se llama La Orquestina de León y participa en actos, verbenas y teatros de todo León. La idea es sacar a la gente a bailar o, al menos, a vibrar, con canciones de toda la vida. Entre sus miembros hay profesores, un funcionario, una actriz. El repertorio es producto de la investigación en toda la provincia, de rastrear las canciones que tocaban las agrupaciones familiares en los años 30, 40 y 50. Los músicos rurales imitaban con sus instrumentos tradicionales los sones que escuchaban en los discos de pizarra del gramófono y que traían de Cuba y de Argentina sus familiares emigrados. A veces cambiaban los títulos y las letras de las canciones adaptándolas a su realidad; o adaptaban las jotas, chanos y titos a estos nuevos ritmos y los convertían en ‘agarraos’.

Mi abuela me hablaba de esas orquestas, de esos bailes y de sus cantares. En el concierto me falta el charlestón, que ella bailaba frente a la cocina de carbón tarareando un poco desafinada. Porque mi abuela estaba sorda y, sin embargo, conservaba intactas en la memoria las melodías de su juventud. Cuando veo en este salón a las mujeres mayores siguiendo el ritmo con las palmas me acuerdo de ella. Y por un momento me imagino aquellos bailes en los que la ‘pandereteira’ del pueblo se sentía como una cupletista pícara y sensual, se quitaba los manteos, se pintaba los labios y entonaba aquello de «Basilisa, lisa, lisa, /Basilisa lisa está;/ está lisa, Basilisa, por delante y por detrás».
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