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"¡Que hay niebla!"

11/12/2019
 Actualizado a 11/12/2019
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Tras dar apenas una docena de pasos, se queda fría la punta de la nariz dejando insensible el saliente olfativo en el que se columpia la moquita. Tienta esta a la manga de la pelliza a acabar con el cosquilleo que le produce al descuidado que va por el invierno sin pañuelo en los bolsillos. Pocos segundos han bastado para llevar las napias encarnadas y para percatarse de que si uno quiere, puede jugar, como cuando era un niño, a fumar fingiendo llevar un cigarro entre los dedos índice y el corazón. Se convierten los suspiros en efímeras bocanadas de vapor. Estrena grietas el asfalto por el que ya han pisado unas cuantas madrugadas de hielo y cuando este se acaba y empieza el camino, el barro se pega a las botas como si aferrarse al caminante fuese la única posibilidad de cambiar su destino. Los charcos que surcan la pista se convierten en perennes y prometen, como el musgo, llegar hasta la primavera tras unos cuantos días de insistente lluvia y después de un novenario de niebla. Al décimo día, la bruma ya no es tan densa y las nubes recuperan altura para poder diferenciarlas del humo de las chimeneas. Si a este se le sigue en sentido inverso, conduce al epicentro del calor del hogar. Allí, en la lumbre, ríen los pucheros mientras restalla la madera cuando las llamas alcanzan un tarugo en el que aún se mantiene la humedad. Crepita el fuego en las cocinas y llega su aliento hasta el varal donde se curan los chorizos. El verde es más verde en la lindera, la arcilla más intensa a la puerta de la cama de las liebres y el azul brilla, pero por su ausencia. El chopo, en pelotas. El pino, estoico. El llorón, en plena depresión. Acechan los sabañones a la vuelta de la esquina y de nuevo es un soplido a las manos entrelazadas y arrimadas al hocico el que quita el frío. Como si los humos, vengan de donde vengan, fuesen el mejor abrigo. Ya nos lo avisó Uco, que buscó el calor en el aliento de un café torero para combatir aquellas tardes de frío en las que no había manera alguna de capear la soledad. «Funi, ¡hay niebla!», decía entre la que provocaba el tabaco dentro del bar. Ni Cabañuelas, ni centrales meteorológicas. Nada le hacía falta para predecir que venía «la borrasca del Cantábrico». Y anunciaba niebla también en agosto, porque a veces esta, como el frío, cala hasta los huesos.
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