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¿Qué hacemos con el Casco Antiguo?

03/12/2021
 Actualizado a 03/12/2021
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Decía Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, allá por el siglo XIV, que «dos cosas mueven al hombre a trabajar: Una es la mantenencia y otra haber juntamiento con fembra placentera».

Y en esa ‘mantenecia’ estaba, claro, el comer, pero también, cómo no, el tener tu habitación, cuanto mejor, mejor.

Y así, por ello y el espíritu gregario de las personas, se han generado los núcleos urbanos, de chozas primero y de grandes (y menos grandes), ciudades.

Núcleos urbanos desarrollados en el tiempo, respondiendo a las necesidades de sus habitantes, al principio bastante desordenadamente, como un organismo que crece respondiendo a la demanda particular, y luego ya más ordenadamente, llevando la construcción a nuevas áreas y polígonos.

Pero en todo caso con estructuras muy rígidas de muy difícil modificación en su futuro, y las nuevas demandas de la población sobre las ciudades las dejan irremisiblemente obsoletas. Todo el mundo pone de ejemplo Barcelona y el Plan Cerdá: una estructura de manzanas cuadradas y calles anchas… para su tiempo, porque ahora, hoy, amigo lector, si vas por allí, no se te ocurra esperar en un paso de peatones con los pies en el bordillo de la acera, ponte medio metro más atrás, porque como pase un autobús, te afeita en seco.

Y esas cosas suceden en las ciudades modernas, qué se puede decir de las antiguas, tal cual es nuestro caso, el de nuestro casco antiguo, el del muy conocido ‘barrio húmedo’, hoy más ‘húmedo’ que nunca.

Los bares y restaurantes han fagocitado muchos de los comercios del barrio, las tiendas han ido desapareciendo poco a poco, quizás porque el crecimiento de la ciudad hacia fuera de las murallas y los nuevos modos comerciales han ido llevándoselas fuera. Basta ver el mercado del Conde Luna, otrora no muy lejano un hervidero de actividad y hoy casi vacío.

¿Es la culpa de ello la invasión pacífica de la hostelería?

Bueno, puede que en parte, pero no sólo.

Vivir en el Casco Antiguo según los modos de ahora tiene su dificultad. Rehacerlo para lo que ahora se lleva es una tarea muy complicada. Algo tan sencillo y habitual como tener coche. Si tienes un coche, y eso es lo normal, aparte de unos accesos complicados por el trazado de las calles y sus anchuras (que no hay quien las modifique y además no se pueden modificar), conseguir un aparcamiento es, como en la película, ‘misión imposible’. Y no te digo si la familia tiene dos.

No hay sótanos, pues mejor no toques el subsuelo que te puede salir un grano que, con suerte, sean unos cuantos meses de parón, y, sin suerte, no solamente no haya sótano sino que no haya ni edificio. Cosas de la normativa vigente. Además, las parcelas son habitualmente pequeñas, de manera que el acceso a esos sótanos o se hace con ascensor o no hay tu tía.

La renovación por derribo es compleja, pues las casas, además de estar apoyadas unas en otras de modo y manera que cuando, después de un viacrucis de tramitación, derribas una, se te viene abajo la de al lado. Por si fuera poco, en cuanto te descuidas, te encuentras con que parte de la casa del vecino (si no se ha caído), está metida en la tuya.

Rehabilitar y adaptarse a la normativa actual, Código Técnico (dos mil páginas de prescripciones, muchas incumplibles) y demás normas y reglamentos es harto difícil por la propia estructura y diseño ‘de otros tiempos’ del edificio.

No te digo si quieres ecológico y colocar unas placas solares en el tejado. Olvídate.

Y los ruidos que se generan con el uso generalizado de bares y restaurantes tampoco ayuda.

O sea, que si vivir allí es difícil. Ofrecer un mercado apetecible es difícil. Los habitantes huyen y, sin clientes, los comercios cierran. Otrora había muchos más comercios que bares, sí, pero también había muchos más residentes. No solo eso: es que a finales del siglo XIX era el centro vivo de la ciudad.

Cabe entonces preguntarse si la invasión de la hostelería, y con ella los servicios anexos de viviendas turísticas, y comercios de lo mismo, han sido una maldición o la salvación del Casco Viejo.

Porque, en este momento, dadas las circunstancias urbanísticas (y unas cuantas más que harían tediosa su enumeración) con muy difícil corrección, si la hostelería no hubiera ‘invadido’ las calles ¿Cuál sería la situación del barrio?

Me temo que bastante triste.

Así que: ¿Qué hacemos con el Casco Antiguo? Me gustaría terminar con un «la solución mañana», pero no es así. No es nada fácil. Desde luego no estigmatizando la hostelería del ‘barrio húmedo’, que además no es ni mayoritario en superficie, ni tampoco manteniendo criterios decimonónicos en la normativa de construcción y vivienda en el resto, sino más bien lo contrario.

Larga y difícil tarea espera a nuestros regidores. Y mucha polémica.
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