En Vegacervera, a la entrada llegando desde León, una mujer fumadora acompaña a las señales de tráfico que anuncian la carretera hacia La Vid o Coladilla. Los vecinos especulan con que si es una campaña «antitábaco», arte o nuevos ‘veraneantes’. Unos metros más arriba, sobre el río, ha crecido una de esas ciudades de rascacielos que crea Sebas Román y observa a los chavales de campamentos que se bañan en la cercana playa fluvial del Torío... Otras estampas similares van creciendo en localidades como Paradilla, Vega de Gordón, La Pola... Extraños veraneantes, para los que buscan explicación quienes llegan a estas localidades.En el caso de Salamón la solución está en una vecina del lugar, Tere García, activa como pocas, siempre ‘maquinando’ algo, estudiar rabel, plantar flores, hacer la revista del pueblo o, como es el caso,llenar todos los rincones del pueblo con curiosas figuras: sobre una pasarela del río un vigilante que observa los peces de colores con los que ella misma ha repoblado el río ante la evidente ausencia de truchas. Unos metros más arriba otro personaje duerme la siesta a la sombra de un árbol, otros árboles del pueblo se han llenado de pájaros diversos y los maceteros con cabeza y flores pueblan un buen número de las barandillas sobre el río. Extraños veraneantes que se han convertido en la conversación del pueblo y en la primera pregunta de todos los visitantes del lugar.
- Oiga, ¿qué significan todas esas figuras que hay por el pueblo?
- Que Tere quería darles motivos de conversación a aquellos visitantes a los que no se les ocurre nada que decir a los lugareños.
- Pues qué bien.
No es la primera vez que en esta comarca llaman la atención extraños habitantes, que nadie sabía de dónde han salido. Durante años en el Río Dueñas, que baja desde Lois hasta Las Salas para sumarse al ‘padre’ Esla, aparecían numerosas esculturas «sembradas» en el río, con piedras del propio Dueñas y colocadas sin ningún artilugio que las sujetara, en un ejercicio de perfecto equilibrio. Eran esculturas efímeras pues el secreto era que cuando en otoño crecía el río se las llevaba.
Y al año siguiente aparecían, porque un vecino de Ciguera, residente en Francia, René, entretenía buena parte de sus vacaciones en volverlas a colocar, en crear imágenes, figuras, grupos... que también eran el centro de las conversaciones y numerosas fotografías de quienes atravesaban aquel precioso valle. Ya hace unos años que no aparecen.